sábado, 25 de agosto de 2012

Duerme, piensa, calla

Ella respiraba suavemente contra el cojín, y el aire caliente de sus pulmones rozaba el muslo desnudo de él. Algunos mechones de flequillo rubio bailaban la música de su respiración. Nariz, flequillo, almohada, pierna. Ese aire que le daba vida a ambos: a ella para respirar, a él para suspirar por ella.
Ya quedaba atrás el arranque de furia de las horas pasadas, dormía ahora sobre el regazo de él como si la tarde no fuera más que una balsa de quietud y tiempo. "Nunca haces nada por mi" resonaba aún en la cabeza de él. Ahora ya no había color en la cara de ella, y sus ojos cerrados no dejaban ver la decepción y el reproche de antes. Las manos de él ya no sudaban.
Hacía rato que dormía, y él no se había movido. Ella descansaba tras el berrinche y él pensaba en cigarrillos.Tenía un paquete entero sobre la mesa, justo delante del sofá. También había un mechero, unas galletas, y el mando de la televisión. El aparato hacía sonar una canción horrible de Amaia Montero (es decir, una cualquiera). Tenía hambre, además. Por desgracia, para alcanzar la mesa tendría que moverse, y echar a perder sin remedio la entrañable postura en la que ahora él le servía de colchón. Sabía que no se movería hasta que ella despertase, y que ella despertaría y no se daría cuenta, pero eso era lo de menos. "Nunca haces nada por mi", lo había dicho como lo sentía, como si lo sintiese de verdad. Él aún no estaba listo para despedirse del calor de su respiración en la pierna. Quería un cigarrillo, una galleta, y quería cambiar de canal. Pero por encima de todo, quería demostrarse que aquella frase no era cierta.

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