Si Jota no hubiera sido
abandonada, hoy no tendría miedo a las personas.
No temblaría cada vez que alguien
se acerca, no ladraría a quien intenta acariciarla. No tendría esos ataques de pánico, ni comería su pienso como si el alimento se fuera a desvanecer. No me miraría con esa súplica infinita que le quita a uno las ganas de ser humano.
Si a Jota no la hubieran roto
cuando era solo un cachorro, hoy sería una perrita joven con su energía
inagotable y sus ganas de jugar. Tendría, seguramente, miedo a los petardos o a
los patines; pero no huiría de los niños, no tiritaría cuando viese un palo de
escoba. Jota sería tan cariñosa todo el tiempo como lo es ahora a veces, solo a veces,
cuando no hay niños ni pelotas ni palos ni ruedas ni motores ni personas.
Jota no pudo crecer a su tiempo,
porque tuvo que buscarse la comida y aprender a no confiar en nadie. Ahora se
esfuerza por desaprender que las personas son peligrosas. Intenta confiar en
nosotros, sale a la calle a nuestro lado y tira hacia casa cuando nos alejamos
un poco del portal. Ladra cuando alguien entra, cuando alguien sale, cuando
alguien se levanta. Jota se llama Jota, pero ¿habrá tenido otros nombres? ¿Quién
dejó en la calle a un animal completo para que fuese perdiendo piezas? La
confianza, la dignidad, la inocencia, la alegría con la que corren por el parque los cachorros que no están rotos.
Jota
está alerta incluso cuando duerme. Se despierta ladrando a veces, y yo me pregunto si sueña con una
realidad que ella conoce y yo no. Porque Jota ha vivido una vida distinta, y tiene aún pocos motivos para creerse que ésta será la definitiva.
Si Jota no hubiera sido abandonada,
Jota no sería Jota.