domingo, 25 de diciembre de 2011

¿Cuándo vendrás por aquí?


Uno se imagina que siempre tendrá a la familia cerca, a los amigos esperando y el hígado inmortal. Y uno deja de visitar y de celebrar navidades, y cuando se quiere dar cuenta la resaca es tan arrasadora que hasta le hace sentirse solo. Y cuando llega su cumpleaños y sólo le felicitan por facebook, entiende por qué la gente llama en nochebuena.
Habrá quien no comprenda que no pueda vivir en el agua, yo que fui nadadora profesional. Viajé mucho y deprisa, estuve lejos, pero siempre quise llevar el billete de vuelta en el bolsillo. Y no es la vuelta a mi país, ni a mi ciudad, ni a mi idioma, no es esa la vuelta a mi hogar. Mi hogar es el sofá de tantos y el olor de la sopa de pescado que, al final, nunca me quiero comer. Las zapatillas impares. Las llaves del coche que se ha llevado tu hermano. La película que ya hemos visto veinte veces. Es la última vez que te recojo la ropa. Mi hogar es una casa que pierde y recupera piezas con la misma cantidad de ilusión y pena, porque "ojalá que encuentre un trabajo el niño", pero también, "ojalá que nunca se vaya".
Si mi hogar un día se redujera a cenizas, yo sería feliz acurrucándome en el cenicero. Ya nunca podré volver a abrir su cerradura con la naturalidad de antes, tal vez porque ahora le tengo el truco cogido a otro llavero. Sólo espero que lo que hoy construyo detrás de esta nueva puerta se parezca un poco a lo que me alimentó y sostuvo, porque sería egoísta no compartir este olor a manta de sofá. Ahora ya no tengo el hígado para nocheviejas ni saldo en el teléfono para recuperar a todos los amigos que perdí; ahora ya no tengo a la familia cerca. Pero no hay dinero en el mundo que pueda comprar los momentos que pienso dedicarles, no existen ilusiones por venir que puedan competir con la del regreso.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Adiós, vecino

Si hubiera tenido la suerte de conocerlo mejor, hoy lloraría con más pena, pero con menos rabia. Ya me he perdido para siempre tantas cosas que cansa hasta imaginar. No diré que era perfecto, tampoco importó nunca que no lo fuera. Era auténtico en su singularidad, despreocupado, descarado y escandalosamente agradable. No diré que era el más grande, el crack, el irrepetible, ¡pero si ya lo sabéis! Diré solamente que pasó entre nosotros, fue breve para no cansarnos, y luchó hasta el último suspiro. Esta pérdida es irremediablemente injusta, y no llorarla sería una vergüenza. No llorarla sería de desagradecidos.
Hoy se ha muerto un tío de puta madre. Descansa, te lo has ganado.

viernes, 24 de junio de 2011

No sin tus defectos


Ahora ya no envidio las instantáneas de carcajadas, de disfraces o de complicidad. Las parejas de revista me resultan hoy, más que nunca, aburridas. Me ha costado comprender que la imagen que proyecta un objetivo es maleable y frágil, y que hay muchos que se abrazan por inercia o por costumbre.
A veces escuchamos música en silencio, y no le molesta que yo cante por encima de la cinta. Revuelvo su rutina y sus armarios, pero nunca madrugo con él. A menudo acaparo la conversación, me repito y me mareo en el mismo tema pegajoso y lento. Me quejo más que una niña, me enfado más que una madre. Y, algunas veces, hasta lloro más que un bebé.
Aún así, a mitad de la película, le apetece agarrarme la mano, y no me suele sorprender. Y no es amor su detalle, es amor mi reacción. Que no me extrañe que él, a pesar de todo, tenga ganas de recordarme que le gusta mi compañía ante una pantalla de cine. Que haya conseguido convencerme de que merezco que a alguien le gusten mis desperfectos.
Ya ni me acuerdo de que no le he dado un beso cuando ha llegado, ¡habrá tantos, tantos más! Y no intento que me recite a Neruda cuando me hace el amor. Sé que, cuando me riñe, cuando me ignora, cuando se ríe de mí, cuando me observa, incluso cuando me odia, también me está amando, por encima de la foto.
Él no me lleva en brazos, no tiene un retrato mío en la mesa de su oficina, ni me avisa cuando llega a casa, ni me dedica poemas. Y tal vez por eso precisamente nos atrevemos a estar juntos, imperfectos como el mundo, verdaderos como la gente feliz, o casi.

domingo, 12 de junio de 2011

Enemigos íntimos


Me fijaba en las yemas de sus dedos mientras iba devorando las fichas de mi lado del tablero; pensaba entonces en algo que acababa de leer en una novela japonesa que, por cierto, había detestado. Que hay cosas especiales que solo pueden tenerse en épocas especiales. Relaciones que nacen y mueren sin darnos cuenta, y una vez lo hacen, ya no se recuperan. Y entonces pasamos el resto de nuestra vida intentando resucitarlas.
Yo le miraba ganarme la partida y me negaba a aceptarlo, tan obstinada como el resto. 
La razón entonces irrumpió en nuestro juego, y comprendí que ya no soy rival para él. Tembló el primer cimiento, y se agrietó una pared. Me acordé de otro tiempo en que, aún perdiendo a las damas, siempre me mantenía invicta para él. Para ambos, tal vez. Y eso nos provocaba a los dos una atracción inexplicable, pero perfectamente comprensible. Era una fuerza tan inofensiva que, por algún extraño motivo, me recordaba a un anciano encorvado cruzando la calle. Aquella imagen no podía (ni quería) enamorarme, pero me enternecía de forma indecible. Me sentía protectora de su marcha, vigilante muda ante sus tropiezos, a la espera de que un día, tal vez, me necesitase de verdad.
Ni yo misma era consciente de lo que entonces éramos para el otro. Él, estoy segura, se ha dado cuenta tarde; yo demasiado pronto. Cuando dejamos de ser esenciales, se marchitó en nosotros un capítulo del pasado, ese en el que yo le intimido y él me intriga. Ahora somos más que conocidos, somos amigos tal vez, pero no somos lo de antes. Ya no somos contrincantes, eso es. Los vínculos entre rivales son más fuertes que entre hermanos.

lunes, 6 de junio de 2011

El sueño del despierto

El insomnio es, indiscutiblemente, la madre de cualquier arte. O, como mínimo, el útero en el que toma forma. Es más, ha aportado a la literatura más que el amor y el sexo; a los pinceles, más que cualquier turgente cuerpo desnudo, y a la música, más que el mismísimo Stradivarius. La magia de su histeria puede convertir cualquier interés en obsesión, y es así como se genera una obra maestra. Si algún iluso se atreve a discrepar, o bien no es artista cierto, o bien nunca tuvo insomnio.
No nos engañemos, una persona cuerda, de las que duermen del tirón, comprende que es preferible (cuando menos, más sencillo) amoldarse a cualquiera de las formas de creación ya existentes. Una mente descansada no dedica horas de sueño a imaginarse figuras imposibles y ritmos átonos. Me atrevería a asegurar que el Sueño de una noche de verano no escogió la noche (aunque sí el sueño) por azar, que la Noche Estrellada no se plasmó a mediodía, y que la sonata de Claro de Luna nació para colmar un silencio de madrugada . Yo misma, emulando a otros noctámbulos, "podría escribir los versos más tristes esta noche". Pero no tendremos esa suerte, al menos hoy no. Por desgracia a mí, los bostezos, sí me quitan el arte de las manos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Monumento al movimiento


Había una figura que contenía el aliento y hacía levantarse el telón. Se movía como el fuego, que se desliza y resbala sobre la oscuridad fija, que ciega y abrasa la retina del público sin dejar por un momento de atraer. Era hipnótico su ritmo, su pasión, su balanceo. Era más que una escultura renacida, era una obra de arte con una vida tan fugaz como su actuación.
Las pestañas del patio de butacas no se atrevían a dejarse caer. Tenían miedo a perderse un instante de deleite, a que se les escapase un golpe de cadera, una torsión imposible, un giro perpetuo o algún otro truco mágico que tuviera escondido la bailarina. Querían contemplar cómo parecía volar, cómo se deshacía en vapor de agua y gasa. Ella nacía y moría en cada movimiento, sin envejecer jamás. Era un trance de agilidad y frescura, de telas y luces derritiéndose al compás.
Nadie habría sabido dejar de mirar, nadie lo habría hecho hasta el inoportuno y trágico final de la canción. Entonces el hada de pies invisibles, ya sin melodía y de nuevo humana, se dejaba arrastrar por una fuerza egoísta y terca que la sacaba de escena.
El aplauso, a estas alturas, era ya lo de menos.

lunes, 25 de abril de 2011

Limítrofes desconocidos

Caminaron juntos, como dos universos distintos de experiencia y sentimientos, incapaces de comunicarse entre sí
W. Golding
Al salir de casa, se sorprendía más de la feliz ignorancia de los que se quedaban, que de la impactante versatilidad de sus vecinos. Acaso su propia actitud en los días ya pasados, antes de flanquear el tranco de su puerta, era también indignamente ajena a una realidad tan enraizada al jardín de al lado. Sí, también ella había sido ingenua y despreocupada; ahora le asaltaba la rotunda certeza de que ambos adjetivos eran, una vez perdidos, imposibles de recuperar.

jueves, 14 de abril de 2011

Tant per aprendre


Tendré que aprender a vivir con el miedo agachadito de que todo esto termine. A no marearme cuando me lleva él en brazos, a no añorar con tristeza aquello que decidí no tener. Tendré que aceptar que la soledad es parte de la compañía, el error es parte de la perfección y la muerte es parte de la vida. Aún tendré que convencerme de tantas premisas que detesto, ¡solo así podré dejar de odiar! Y llegaré a darme cuenta de que cuando grito al volante solamente puedo oírme yo.
Tendré que aprender a creerle cuando dice que me sientan bien las sábanas; aprenderé a no quemar las palomitas y a cocinar con nuez moscada. A mirar cómo otros leen, a callar cuando otros hablan.
Aprenderé a no dejar que mi entrañas se exhiban en una vitrina, a no buscar un disfraz de ciudadano con el que pertenecer a otros, y a no arrugar la nariz si hay quien sí quiere hacerlo.
Más difícil todavía: tendré que elegir un perfume que usar con orgullo a diario, pero sin temer salir de casa sin llevarlo alguna vez. Un perfume que se llame "lo que opinen los demás".
Me gusta verte jugar,
cómo pronuncias mi nombre,
y me gustan las palabras
que tú eliges al hablar

martes, 8 de febrero de 2011

Descenso


Entró en la cocina con la mano abierta, a la altura de la cintura, sosteniendo al pajarillo con las plumas despeinadas. "Se ha muerto", dijo bajito, como si no terminase de creérselo. Como si quisiera que nosotros le negásemos la evidencia de que aquel mustio cuerpo inerte ya no volaría más.
Se le había apagado en la mano. Después de toda la mañana oyéndole piar bajito y acurrucado en un rincón, apurando calor o penumbra, o tras un sitio digno en el que decir adiós a su cajita de cartón con agujeros. Después de horas de búsqueda de algún remedio en foros, en libros, en su imaginación a la desesperada. Entró en la cocina sujetando con cuidado aquel rígido azul de pico abierto. Ninguno le preguntamos si estaba seguro, si lo había comprobado. Sabíamos que él lo sabía, porque le temblaba la mano en la que acunaba a su mascota. "Se ha muerto", dijo deprisa, para que no le fallase la voz. Y todos callamos entonces, nos volvimos más ligeros, nos ablandamos por dentro. No es que se hubiese muerto el pájaro, es que se le había muerto a él.
Tardamos en reaccionar, porque nos sacudió la escena. Alguien lo lamentó en voz baja, sobre un silencio en equilibrio que incluso la voz de la radio amortiguó con respeto. Él hipaba bajito, sollozaba bañado de impotencia y se dejaba consolar. Ya no es importante quién le quitó al animalito de las manos, o le mandó lavarse la cara, porque eso fue después. La mudez entrecortada había sido devastadora, hasta para quien la oyó de lejos, hasta para quien no entendió por qué. No es que nos importase el pájaro, es que le había importado a él.

jueves, 27 de enero de 2011

Será

Cuando despegue, levantaré tanto polvo que os nublará la vista. Os observaré desde arriba, examinando con deleite vuestras muecas, rememorando todas las veces que rechazasteis un trozo del pastel. Y ya no tendré envidia. Me habré liberado de ella, de todas las promesas que deposita en mi edredón, y de todas las angustias que me animan a querer volar.
Cuando despegue, os acordaréis de mi, de mis fracasos, de cómo me lloraban las heridas, de cómo me sangraba la mirada. Yo, para ese entonces, ya me habré olvidado de vosotros.