domingo, 19 de diciembre de 2010

Un domingo telefónico



El teléfono quiere espuma de cerveza
Aunque no, la mañana no es hermosa ni rubia
(L.G. Montero)

¿Qué pasa cuando somos dos, pero no lo somos a la vez? ¿Es romance también el esfuerzo de los días de lluvia?
Yo contemplo los despojos de tu mitad en la mía (la ropa olvidada, las huellas de barro, la canción...) mientras preguntas cuándo volveré. Y miro fijamente el calendario, porque el hambre de este domingo habrá de durar aún semanas.
Me acostumbro a acostumbrarme, pero ves que no me puedo conformar. Me acostumbro a estar contigo, pero no es igual que estar en ti. Es tan fácil ovillarse en tu regazo que celebro con más ufanía y mérito los días que camino sola a la estación, que los que vienes conmigo. Éstos últimos, quiero creer, serán mi rutina. Mis visitas, ya lo dijiste, son como la vuelta al hogar. Mi vida real futura, hoy dura diez días al mes.
Lo demás, lo de ahora, se va transformando en pasado a medida que engullo las horas. Esta frase ya es remota, esta pena ya ha acabado, esta tarde ya es ayer.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuerpos celestes y cuerpos tostados

¿No ves que acaba de salir a conversar? Sí, la miro y me convenzo, está charlando con mi deseo. Asoma su mano de niña por la ventana, paladea un rayo de sol y decide que está a punto. El astro la está esperando, y yo ya empiezo a competir con sus destellos.
La persiana se levanta como un telón de teatro, y descubre a su artista invitada envuelta en una toalla azul cielo, o verde mar, o gris marengo, qué se yo... mis ojos no ven más colores que los que mi cabeza imagina. Y adivino sus lunares, el corte del bañador, la picadura de mosquito del muslo izquierdo. ¿No te das cuenta? Me está provocando. Pretende que la contemple, y yo me dejo convencer.
Se pasea descalza por la terraza vacía, y desde aquí me fascina hasta el polvo que se pega a sus talones. Acerca su libro de drama barato, se ajusta las gafas de sol, bebe un sorbito de agua... ¡qué delicia de sabor, lo insípido en su boca! Y ahora fíjate, es mi momento preferido, ¿lo ves? Se escapa de su envoltorio y saca su figura a relucir. Lleva un bañador rosa palo, o blanco roto, o lila claro, o... ¿te has fijado? Se ha rascado la cintura. Es esbelto su arañazo, también. Como si escarbara la tierra húmeda para enterrar su botín, o su presa. Yo me inclino más por lo segundo, ¿tú no? A mí, de todas formas, ya me tiene muerto en vida.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La Frontera

He aprendido a conformarme y hacer pequeño mi universo. Piedra a piedra, he levantado un muro que no deje pasar la luz a partir de las cuatro de la tarde, que es cuando ella brilla más. Aquí dentro me acurruco entre las cosas pequeñas que caben en la impotencia. No pude llevarme conmigo más que la carroña que ella no quiso, más que lo que no me intentó arrebatar. Porque todo lo demás fue suyo sin disputa y sin esfuerzo.
Puedo amontonar todos mis bienes y abusar de ellos hasta quedar satisfecho. Lo tengo todo en el mundo, porque ese mundo lo invento yo, y aquí no hay sitio para ella. Soy la persona más feliz que hubo nunca en este planeta, porque es mío, pero no soy dueño de aquello que vive más allá de mis fronteras.
Tú te sientas a mi lado, y eres todas las mujeres, todas las que caben aquí y la mejor que he dejado entrar. Y dentro de mi universo, del nuestro, Te quiero más que a ninguna otra. Ella fue antes, o lejos, o olvidada. A ti te basta, me parece, con saber que no te destronarán. A mi me basta, o eso espero, con lo mejor que puedo poseer.

lunes, 15 de noviembre de 2010

el eterno pasajero

Dicen que el olfato se vicia. Que si aspiras el mismo aroma durante un buen rato, tu nariz se fatiga y deja de intentar convencerte.
Como una ráfaga de luz, que te ciega unos segundos; o como un sonido tan agudo que sigue imantando pitidos mucho rato después. Como un sabor muy amargo, que se agarra a la lengua con furia de tempestad. Como un buen susto, que te abandona a los jadeos incluso cuando ya pasó, ¿verdad? Como el dolor... que todavía duele.
Igual que todas esas cosas, pero justamente al revés. Eso dicen, que todos los olores son siempre pasajeros, y que envidian la eternidad de los demás sentidos.
Dicen que podría cansarme de olerte. Pero yo me guardo un truco, y me he decidido a engañarles: Cuando te acerques, contendré la respiración hasta la asfixia, para no olerte más con la nariz...

...y para desmayarme en tus brazos.

martes, 9 de noviembre de 2010

In her shoes

Apenas se acordaba de su nombre y nunca supo su apellido. Habían sido compañeras de pasillo y ascensor durante años, pero jamás habían intercambiado más de dos frases incompletas. Si hubiera querido elaborar una lista con todos los detalles que conocía acerca de ella, se habría parecido bastante a la descripción de una conocida lejana.
Sabía que le gustaba vestir de marrón, y que tenía un novio inglés que iba a verla todos los martes y que dormía con ella un fin de semana al mes. Él vivía en otra ciudad, porque a menudo le enviaba postales que el cartero apoyaba sobre los buzones del portal, incapaz de descifrar por completo la eléctrica caligrafía del remitente. Sabía, también, que ella fumaba como un carretero, pero que a sus padres no debía de gustarles mucho, dado el intenso olor a ambientador que anegaba el pasillo cuando ellos estaban de visita. Casi nunca volvía tarde, y era vegetariana, porque en sus bolsas de la compra solamente había verduras, y porque estaba suscrita a una revista vegana que a menudo asomaba por encima del buzón. Trabajaba en casa, pero desayunaba fuera, siempre antes de las diez. Era friolera. Nunca la vio más allá de la entrada del bloque de pisos.
Ella era, a sus ojos, un ser casi irreal, una de esas personas que damos por sentadas; uno más de esos "alguien" que rellenan los huecos de nuestra agenda. La publicidad entre dos episodios. Una figura de las que se adhieren a nuestra rutina y se camuflan con sus paredes.
Sin embargo, la recordaba todos los inviernos. "Ponles esparadrapo en la suela, así no resbalan". Cada vez que se calzaba sus botas de invierno, se apresuraba a su mente el día de lluvia en que las baldosas y su vecina presenciaron el patinazo. Por vergüenza y por celeridad (sobre todo por vergüenza) no le dio ni las gracias por una sugerencia que ya no habría de olvidar. El truco del esparadrapo, que ahora tanto le gustaba, provenía de un borroso cualquiera, de un timbre al azar en el piso. No conservaba un recuerdo tan nítido y recurrente de ningún otro consejo que le hubiera dado en su vida su mejor amiga, su madre, su primer amor, o su hermano. No era más que la vecina de enfrente, pero ya siempre la llevaba pegada a sus talones.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Al callar

Hay descansos que agotan. Y pausas que aceleran. Hay silencios que hablan demasiado, cuando eres tú el que calla. Dejas en el aire una frase inacabada que insinúa el fin del primer tiempo, y esperas a que surta efecto, dilatando su intensidad con cada segundo que fluye. Mientras, sólo un tenue gimoteo infecta la mudez de nuestra plática.
Ese intervalo no es más que un nido de mentiras. Me envenena la cabeza con proyectos de finales, me obliga a imaginarme un después de ti. Y lo cierto es que después de ti, solamente nace el vacío.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Con las gafas de colores

En un día como hoy, me sorprende darme cuenta de que hay tantos que se parecen entre sí, y algunos que se parecen tanto que, en definitiva, nadie se parece a mí.
Nadie pasa desapercibido con un escándalo tan rotundo, y nadie sabe mentir cargando tanta certeza. Yo no miro para ver, sino para ser vista; y cuando quiero observar, entonces soy invisible.
Poco importa ya la indiferencia destructiva del resto, su crítica inagotable, su eterna comparación. Todo ello es igual de implacable ante la suficiencia y ante la autocompasión. No se premia la modestia, ni se halaga la discreción, ¿quién quiere entonces ser mudo? Prefiero saberme auténtica, inaccesible incluso para mí misma, ¡qué mejor revelación!
Mi autenticidad, lo sé, no es única ni original; sí lo es mi admiración por ella. En un día como hoy, en el que las antiguas divas se muestran cada vez más rubias, y los antiguos héroes parecen cada vez más flacos, soy por fin consciente de que jamás debí imitar.

viernes, 1 de octubre de 2010

La historia de la calabaza


No entiendes por qué zumba en tu oreja que ya no me acuerde de ti. Siempre estuviste segura de que un día termina exactamente a las doce en punto, se transforma en pasado, y ya no puede hacerte daño. Y esa ingenuidad que se disfraza de frío te hace a veces tiritar.
Sabes que no voy a regalarte el consuelo. Tú no me envidias, ni la envidias a ella, así que no te haré nunca ese favor. Pero aprender a olvidarte no fue un trabajo meticuloso, sino un acto reflejo. Pasadas las doce campanadas, ya no quedó cenicienta que perseguir, y yo me negué a ser el príncipe del plantón de cuento. No éramos especiales, ni mágicos, no teníamos banda sonora ni retocábamos las fotos para fingir eternidad. Éramos dos ansiosos intentado abrir una cerradura a oscuras.
Con la llave equivocada.

Así que dile a tu ego que deje de merodear vidas ajenas, ya no pinta nada ahí.


domingo, 22 de agosto de 2010

Adiós

Porque acabo de darme cuenta:
No merece la pena seguir siendo sólo una parte de algo que ni siquiera es un todo.

viernes, 13 de agosto de 2010

Allí




Parece que te transformas cuando miras a otro lado.
Y yo entonces creo adivinar que es allí, donde miras, donde te empujan los deberes;
y que es aquí, de donde alejas la mirada, donde te libera el ocio.

Cómo saberlo, si en uno de los dos lugares mientes, y yo no averiguo a cuál pertenezco.
Me basta, sin embargo, con saberme lejos de "todo-lo-demás". Con estar al otro lado de la puerta, aunque la tengas cerrada con llave y no me dejes asomarme. Me contento con que sugieras que me quede donde estoy, y me intentes convencer de que es mucho peor la alternativa. Aunque yo sepa que no es cierto, tú te esfuerzas en que lo parezca.

Sí, ese esfuerzo es, a todas luces, mi recompensa.

lunes, 19 de julio de 2010

Me canso

Me canso de estrujar mi entendimiento, de exprimir mi comprensión, de alejarme y enfocar. Me agota esforzarme en comprender por qué sonríes tú tras una cárcel de tela negra y holgada, o por qué prefiere aquél abrazar colores antes que la suavidad inevitable de una piel.
Y me empeño en aprender a respirar, en mi curso intensivo de perspectiva. Me cuesta, pero me prohíblo lo de "cómo se puede ser así", o lo de "qué gente más loca", por sobrados motivos, por pesados argumentos y por obligación moral. Sin embargo, me fallan las fuerzas cuando les veo llorar ante una mesa, o sangrar descalzos cuesta arriba, o doblarse en un hiperbólico saludo a un ser que están a punto de apuñalar.
No me malinterpreten: no les puedo juzgar. Podría, si les comprendiera. Solamente me permito forzar la vista e intentar leerles en la oscuridad.
Pero, ¿saben? Me niego a creer que sea todo culpa mía. Yo no veo a nadie sudando por adivinar mis motivos y mis causas: tal vez me explico con sobresaliente, tal vez no les interesa. Pero yo les presento mis ganas de descodificar sus dígitos, me tumbo sobre la mesa de operaciones con los prejuicios y los rumores en blanco. ¿Por qué, entonces, apuro el día sin respuestas? ¿Por qué me sigue extrañando, al final de la jornada, que regales la fortuna de tus horas a un ser etéreo, en el mejor de los casos, o al aire, en el peor de ellos?
Pues porque dedicasteis demasiado tiempo a intentar tocar el cielo, y os olvidasteis del asfalto sobre el que os movéis. Nadie se esforzó por dilatar mi comprensión, por entrenar mi tolerancia. Y como no la tengo en forma, cuando la pongo a prueba ante el mundo, sucede lo inevitable: me canso.

lunes, 7 de junio de 2010

Vaivén de contratiempos

Jamás habría imaginado que aquello pensado para ser bello pudiera arrojar tanto dolor.


Hacer el amor con una persona que ama, con la persona que solía amar, se convierte en una pesadilla en la que se enredan el placer y el tormento imitando sus abrazos. Le ataca la culpabilidad y le asfixia el remordimiento, y se pregunta si estará tan mal como cree, si se merece la culpa. Entregarse a él en cuerpo mientras piensa en cortar el alma por la mitad.
Y cuando él se detiene, la mira, le dice que la echó de menos y ella se deja abrazar más fuerte mientras sus cuerpos se mecen por el deseo, ella se da prisa en arrastrar los pómulos por la almohada para que él no perciba cómo se le empapa la mejilla por no poder sentir lo mismo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Autopistas en el agua

Hasta aquí llega el aroma,
desgastado,
de unas líneas dibujadas sobre el mar.
Me emborrachan y me toman
de la mano,
invitándome a aprender a navegar.

Me he negado a oír su llanto,
ensordecido
por el grito de las sábanas de dos;
camuflado por el canto
y el silbido
de los pasos que se acercan al salón.

He tenido suficiente
de momento
con los vértigos del barco de vapor.
He agotado cuerpo y mente
en el intento
de aprender a dirigir mi embarcación.

Despedirse no da miedo,
sólo pena.
Sólo a ratos echaré en falta la mar.
Lo que temo es que me quedo,
y tú te quedas,
y así nunca querré volver a marchar.

viernes, 30 de abril de 2010

Smile

Nos cuentan que hay más novela entre rutinas que entre páginas, o más ficción en la realidad que en las cintas, o más drama entre bastidores que sobre el escenario. Y asentimos, como si lo comprendiéramos. Creemos hacernos una idea, como si fuesemos espectadores lejanos de un griterío amortiguado. Qué dulce sosiego, el de la distancia.
He tenido la agria oportunidad de asomarme a la mirilla de esa sala. Aún como parte del público, acaso ajena todavía. Y he entendido, a mi pesar, cómo supera la verdad a la fantasía. Y lo poco que necesitamos más de lo mismo, aunque sea en teatro; lo canalla que supone inventarse más tragedia. He deseado volver a los tiempos en los que uno sabía que el cuento terminaba bien. Porque para finales tristes, no hay más que echar un vistazo fuera del libro.


*Y presumo de estar orgullosa de lo que otros se arrepienten.

martes, 20 de abril de 2010

Pintar y borrar

Era sorprendente lo poco que se acordaba de él.

Incluso resultaba triste, la perspectiva del olvido espontáneo. Involuntario. Qué menos que guardarle una parcela entre sus ideas, ¿no?
Sucedía que al tratar de alimentar las brasas, al evocar melodías, trayectos y tardes soleadas, las manchas de hastío lo cubrían todo con una querencia indeleble y contagiosa. Se había acostumbrado a ignorar lo bueno, para no dejarse convencer, y se le había olvidado su dicha anterior.
Incluso resultaba triste, y no lo sentía por él, que había aprendido a odiar los recuerdos a propósito, por supervivencia. Lo lamentaba por ella misma, quien ya no podría rememorar sus propios tiempos felices. Todo quedaba silenciado tras un telón de orgullo opaco y frío. No había sufrido, es cierto, pero ahora se sentía como si nunca hubiera disfrutado.

Era sorprendentemente triste lo poco que se acordaba de él.

lunes, 12 de abril de 2010

Ya soy "otro" más


El tren se pone en marcha con energía, tambaleando en su primer impulso los cuerpos de trapo de sus pasajeros. Casi vacío, el vagón se sumerge en las minas de asfalto, escurriéndose bajo los pies de la ciudad aún medio dormida.
A veces, me siento como un fantasma entre tanta algarabía de rostros sin nombre. Bajo tierra somos todos iguales, imperturbables, vacíos. Me desplazo entre la gente como este tren bajo la urbe: soy casi imperceptible. Proyecto mi atención dispersa en cada nuevo alto del camino, por el que navego mecánicamente, como un ciego que se agarra a la correa de su labrador. Y contengo la respiración -y la consciencia- hasta el momento en que vuelvo a asomar la cabeza a la superficie y puedo, por fin, respirar.

miércoles, 7 de abril de 2010

Ya soy uno más

Sigue mirando al suelo, mientras intenta que dejen de temblar todas las ideas que ha estado agitando hasta el colapso. Se frota con dulzura las yemas de los dedos, y el encanto que desprenden sus manos imperfectas hace que me dé aún más miedo lo que está escondido en su garganta.
Levanta la cabeza, pero no la vista. Me hace temblar con cada carraspeo, y lo sabe. Resopla, y yo imagino que expulsa en ese aire parte del castigo que me espera en sus palabras. Me concentro en ese oxígeno impregnado de aroma a su boca, aferrándome al clavo más caliente que encuentro a mi alrededor.
Vuelve a negarme la mirada, para ofrecérsela esta vez a la ventana, y el sucio cristal me mata de celos. Empiezo a comprender que habrá que aprender a desconocerse. Y a dejar de observarlo todo con ojos de niño ensimismado, sin ganas de ocultar mis ganas.
Abre la boca para liberarse del peso de las palabras sobre su mandíbula, que tiembla ligeramente como si las ideas, tras ella, aporreasen las puertas del sonido. Me descubro suplicándoles en silencio que no salgan al exterior. Que no me bajen de este pedestal en el que soy tan feliz, a pesar de todo, donde soy un único entre tantos cualesquiera.
Pero ante mi estupor desesperado, alza la vista con una puntería estratégica, y acierta en mis pupilas. Y ya está. Es todo lo que necesita.
Ya soy uno más.

jueves, 11 de marzo de 2010

Abc


Me parece banal, ¿sabes? Utilizar palabras de segunda mano. Como si las estuviéramos estrenando. Como si aprendiéramos a hablar de nuevo.

Me da rabia no poder fabricar letras con tanta rapidez como emociones. Bautizaría el olor de tu corbata, o el sabor de tu almohada, o el miedo de tu olvido. Y moldearía los términos según fueran haciéndose más fuertes, o más complejos, o más dolorosos. Daría nombres horrendos a los ratos vacíos, a los momentos tristes, al sonido del teléfono cuando nadie responde o cuando no respondes tú. Fabricaría apellidos melódicos para ponerles tu sello a los sentimientos que matizas con tocarlos. Lo renombraría todo, para que sí pudiéramos inaugurar vocabulario, y no tuviéramos que repetir lo que se dicen otros. Porque no dicen lo mismo, porque no sienten igual.

Quiero pasarme las horas inventando palabras que puedan hablar sin gestos. Que sean más que sílabas pero menos que poesía. Que sean, simplemente, una forma no banal de poder describir esto. Esa será, sin duda, la palabra más bonita.

martes, 9 de marzo de 2010

Tiempo

- Sueño y sed. Es todo lo que puedo ofrecerte. Apetito, nada más.
Puedo enseñarte a creer que se puede confiar en la paciencia tanto como en el deseo. Y puedo pedirte que lo intentes, que me intentes, que no pierdas las ganas de dormir y de beber.
Puedo ofrecerte sueño y sed, pero ni siquiera puedo prometértelo.
Y tú, ¿qué me puedes ofrecer?


- Yo no te ofrezco nada. Yo te lo doy.
Te regalo tiempo, que me sobra.
Lo tomas o lo dejas, pero no me lo devuelvas.



martes, 23 de febrero de 2010

Nubes y Claros

Ojalá todas las nubes fueran así de suaves.
Ojalá todos los claros fueran así de ilusos.

Porque no hay tantas nubes como para que quiera llorar o quedarme, ni tantos claros como para provocar prisa y carcajadas. Señalo con la nariz a un cielo que no huele a tormenta ni a calor, que no suena a mar ni a monte, porque todo es mundo aquí debajo.

Ojalá todas las contradicciones fueran así de dulces.


(Gracias)

lunes, 15 de febrero de 2010

Insomnio

Ahora se acerca, le huele, respira profundamente y suelta rápido el aire para volver a olerle cuanto antes. Y se queda así, inmóvil para no despertarle, con su aroma pegado a la barbilla, hasta que sus lágrimas empiezar a mojar el flequillo de él.

lunes, 1 de febrero de 2010

Desacuerdo y desolvido

Si yo fuera tú, también caminaría con los zapatos llenos de plomo.

Como tú, llevaría gafas de sol en lugar de entornar los ojos.
Lo miraría todo de lejos, ajeno, extraño, pero presente, igual que tú.

Y tú...tú serías como la música que pasa por mis sentidos sin dejar huella. Yo tampoco permitiría que me impregnases con tu aroma, ni dejaría que marcases nada en mí que pudiera seguir latiendo cuando ya no estuvieras. Serías, más que olor, acento. Más que imagen, tacto. Serías todo aquello que no se pudiera recordar con facilidad. Lo mismo que me haces ser a mí.

Si yo fuera tú, también agarraría mi mano, pero sin apretarla demasiado. Y tampoco me permitiría el más mínimo rubor.

Si yo fuera tú, tampoco me querría.


domingo, 31 de enero de 2010

Así

Te observo y me pregunto si sigues siendo tú o si acaso has vuelto a serlo.

Porque no pareces el que fuiste.
Porque no eres el que parecías.

Y porque aunque parecieras un error...
no lo serías.

sábado, 23 de enero de 2010

Dijo que no, y al hacerlo, vio evaporarse todas las gotas de lluvia que no mojarían su ropa tendida. Sintió como se desenredaban sus dedos, y cómo se vaciaban sus bolsillos, antes llenos de manos ajenas. Notó ventilarse el olor a desayuno, el madrugón compartido, la incomodidad del sofá para dos. Vio derretirse el tacto de las paredes de una casa demasiado pequeña para dos, lo bastante grande para ellos dos. Y aunque le temblaba la barbilla, pronunció un “no” convincente, que sonaba a cierto.

La palabra mágica tuvo una vida breve. No dejó pasar más de un segundo desde que se formó la decisión en su conciencia hasta que la escupió sin miramientos. No esperó a que se gestara entre sus pensamientos, a que se formaran sus extremidades o a que se adaptase al medio que habría de dejar atrás. No quiso darle tiempo en su cabeza, porque sabía que de hacerlo, la palabra en cuestión ya no querría salir. Por eso, en cuanto la idea asomó debajo de su espeso flequillo, ya no hubo marcha atrás. Dijo no, y todavía no sabía si lo decía de verdad.

Solamente cuando renunció a la oferta con aquel sonoro “no”, tomó consciencia de lo que se estaba perdiendo. Estaba rechazando más de lo que era capaz de imaginar entonces. Tanto mejor, pensó, quiso pensar, se obligó a creer. Estaba canjeando una auténtica y asegurada felicidad por el mango de la sartén. Estaba condenándose a no aprender el camino de vuelta a un hogar que acababa de perder sin haber tenido.

Dijo que no, y al hacerlo, comprendió que no por ser dolor deja de ser amor, y no por ser lo correcto deja de ser sufrimiento.

lunes, 4 de enero de 2010

Días felices

Sonaba el despertador, y él lo oía desde su ligero sueño, y abría los ojos de par en par, esperándola a ella y a sus "buenos días". Cualquier caricia le bastaba, cualquier gesto, incluso a veces era suficiente con encender la luz. Él era bien consciente de que el despertar de su compañera era mucho más pesado que el suyo. Pero estaba tan preciosa por las mañanas... dando vueltas al café en la silla de la cocina, dedicando la mirada al infinito, mientras él intentaba retener su aroma a pijama y sábanas de franela.
Y entonces iban a pasear. Mecánicamente, puntualmente, todas las mañanas salían antes incluso de que bostezara el tráfico de lunes. Y él se pegaba a lo pasos de ella, presumiendo de acompañante; o se alejaba corriendo para estirarle la sonrisa mientras suplía con su hiperactividad la falta de energía de ella. Y entonces ella, sin quitarle ojo, se frotaba los párpados y le dedicaba la primera carcajada de la jornada.
Qué bonita estaba cuando se marchaba. Se despedía de él con un beso en la frente, y desde el coche volvía a decirle adiós con la mano. Él se volvía un cobarde, encogía de golpe y contenía desastrosamente sus ganas de perseguirla hasta el trabajo. Y se dedicaba por completo a pensar en ella. Fantaseaba con gastar el día a su lado, observándola de cerca, respirándole en la piel. Era su pasatiempo favorito.
Cuando ella volvía a casa, él la había echado tanto de menos que se lanzaba a sus brazos como si la hubiera esperado durante meses. Ella le mimaba un poco, le preparaba el almuerzo y se dormían en el sofá.
Por la noche, salían a correr juntos. Él siempre le ganaba, pero a veces aminoraba el paso para esperarla y trotar a su lado. Y deleitarse con el movimiento de su pelo, dando golpecitos sobre sus hombros al compás de sus zancadas, y con su frente perlada de sudor.
Antes de dormir, veían un rato la televisión. Él apoyaba la cabeza en su regazo, y ella le acariciaba el pelo, atenta a la pantalla. Pero él nunca fijaba la atención más que en su olor y su tacto, completamente consciente (y orgulloso) de su ciega obsesión.
Y aunque él no podía expresar cuánto la amaba, sabía que no era necesario. Ella le comprendía mejor que nadie, dialogaban sin palabras. Les bastaba para entenderse un movimiento de cabeza, un cosquilleo, un gruñido, una caricia o, simplemente, un ladrido.