viernes, 27 de noviembre de 2009

De periplos verticales

Descienden ahora a una velocidad lenta pero estable, constante, tras los asfixiantes últimos minutos de prisa que preceden inevitablemente a una despedida.
Apenas han cerrado la puerta y pulsado el botón, pueden respirar sabiendo que sus movimientos no acelerarán la marcha del artefacto, que el tiempo deja de ser relativo en el estrecho cubículo que acerca sus cuerpos, y se vuelve, por contra, constante y regular. La urgencia pasa, pues, a un segundo plano, y ambos dejan de preocuparse por su demora durante los cinco pisos que dura el trayecto.
Será, y los dos lo saben, el último momento de laxitud antes del adiós. Así que fingen que se estrechan las paredes de la urna que los está sumergiendo, y simulan que no tienen más remedio que someterse a ese abrazo contenido por estratos de lana y algodón.

"Qué tarde vamos" piensa, pero no lo dice.
"No tengo ganas de irme" dice, después de pensárselo mucho.

"Me da pereza que te vayas" dice,
"Me castiga que te vayas" piensa,

Sonríe,

Piensa en sonrisas, pero no las dice,

"Voy a llegar tarde" dice, pero ya ni siquiera lo piensa.

"Quédate" piensa, pero no lo va a decir.

Y al abrirse, las puertas suenan como suena una agria inminencia.
"Ojalá viviese en un noveno" dice, y lo piensa de verdad.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

diminuto

Me miró, intentando impermeabilizarme las pestañas, y me sonrió de medio lado: "Yo creo que tiene que haber una forma más sencilla. Yo creo que hay gente que sabe olvidarse de que hay días y horas y minutos."
"A mí los minutos me parecen un horizonte", le dije. "Un segundo se me antoja un lustro, y me pesan sus milésimas y me abrasan las ganas de pegarle una patada al tiempo. Un segundo es una enormidad".
Insistió: "Yo creo que hay gente que sabe ignorar la enormidad del tiempo. Estoy seguro. Simplemente, piensan en pequeño".

Y para pensar en pequeño, imaginé, hay que ignorar demasiado. Cuando uno conoce todos los colores, ¿Cómo va a pensar en blanco y negro? Yo, que he nadado en chaparrones infinitos, no sería capaz de acostumbrarme a la aridez. El olvido, bajo presión, se vuelve reticente a suceder. El olvido queda reservado para las mentes privilegiadas, las que piensan en pequeño, no para pupilas dilatadas que ven el mundo con la piel desabrochada.

"Yo no tengo más remedio que pensar en grande", dije al fin. "Porque reducir es crear huecos, y los vacíos...me duelen demasiado. Los vacíos son heridas abiertas".
Volvió a fijar esa mirada de inocencia en mi nariz. Titubeó un momento, y ladeó la cabeza en un gesto empapado de niñez. "Entonces ponles un poquito de mercromina. Y yo te soplo si te escuece, ¿te parece?"