domingo, 31 de enero de 2010

Así

Te observo y me pregunto si sigues siendo tú o si acaso has vuelto a serlo.

Porque no pareces el que fuiste.
Porque no eres el que parecías.

Y porque aunque parecieras un error...
no lo serías.

sábado, 23 de enero de 2010

Dijo que no, y al hacerlo, vio evaporarse todas las gotas de lluvia que no mojarían su ropa tendida. Sintió como se desenredaban sus dedos, y cómo se vaciaban sus bolsillos, antes llenos de manos ajenas. Notó ventilarse el olor a desayuno, el madrugón compartido, la incomodidad del sofá para dos. Vio derretirse el tacto de las paredes de una casa demasiado pequeña para dos, lo bastante grande para ellos dos. Y aunque le temblaba la barbilla, pronunció un “no” convincente, que sonaba a cierto.

La palabra mágica tuvo una vida breve. No dejó pasar más de un segundo desde que se formó la decisión en su conciencia hasta que la escupió sin miramientos. No esperó a que se gestara entre sus pensamientos, a que se formaran sus extremidades o a que se adaptase al medio que habría de dejar atrás. No quiso darle tiempo en su cabeza, porque sabía que de hacerlo, la palabra en cuestión ya no querría salir. Por eso, en cuanto la idea asomó debajo de su espeso flequillo, ya no hubo marcha atrás. Dijo no, y todavía no sabía si lo decía de verdad.

Solamente cuando renunció a la oferta con aquel sonoro “no”, tomó consciencia de lo que se estaba perdiendo. Estaba rechazando más de lo que era capaz de imaginar entonces. Tanto mejor, pensó, quiso pensar, se obligó a creer. Estaba canjeando una auténtica y asegurada felicidad por el mango de la sartén. Estaba condenándose a no aprender el camino de vuelta a un hogar que acababa de perder sin haber tenido.

Dijo que no, y al hacerlo, comprendió que no por ser dolor deja de ser amor, y no por ser lo correcto deja de ser sufrimiento.

lunes, 4 de enero de 2010

Días felices

Sonaba el despertador, y él lo oía desde su ligero sueño, y abría los ojos de par en par, esperándola a ella y a sus "buenos días". Cualquier caricia le bastaba, cualquier gesto, incluso a veces era suficiente con encender la luz. Él era bien consciente de que el despertar de su compañera era mucho más pesado que el suyo. Pero estaba tan preciosa por las mañanas... dando vueltas al café en la silla de la cocina, dedicando la mirada al infinito, mientras él intentaba retener su aroma a pijama y sábanas de franela.
Y entonces iban a pasear. Mecánicamente, puntualmente, todas las mañanas salían antes incluso de que bostezara el tráfico de lunes. Y él se pegaba a lo pasos de ella, presumiendo de acompañante; o se alejaba corriendo para estirarle la sonrisa mientras suplía con su hiperactividad la falta de energía de ella. Y entonces ella, sin quitarle ojo, se frotaba los párpados y le dedicaba la primera carcajada de la jornada.
Qué bonita estaba cuando se marchaba. Se despedía de él con un beso en la frente, y desde el coche volvía a decirle adiós con la mano. Él se volvía un cobarde, encogía de golpe y contenía desastrosamente sus ganas de perseguirla hasta el trabajo. Y se dedicaba por completo a pensar en ella. Fantaseaba con gastar el día a su lado, observándola de cerca, respirándole en la piel. Era su pasatiempo favorito.
Cuando ella volvía a casa, él la había echado tanto de menos que se lanzaba a sus brazos como si la hubiera esperado durante meses. Ella le mimaba un poco, le preparaba el almuerzo y se dormían en el sofá.
Por la noche, salían a correr juntos. Él siempre le ganaba, pero a veces aminoraba el paso para esperarla y trotar a su lado. Y deleitarse con el movimiento de su pelo, dando golpecitos sobre sus hombros al compás de sus zancadas, y con su frente perlada de sudor.
Antes de dormir, veían un rato la televisión. Él apoyaba la cabeza en su regazo, y ella le acariciaba el pelo, atenta a la pantalla. Pero él nunca fijaba la atención más que en su olor y su tacto, completamente consciente (y orgulloso) de su ciega obsesión.
Y aunque él no podía expresar cuánto la amaba, sabía que no era necesario. Ella le comprendía mejor que nadie, dialogaban sin palabras. Les bastaba para entenderse un movimiento de cabeza, un cosquilleo, un gruñido, una caricia o, simplemente, un ladrido.


domingo, 3 de enero de 2010

Envoltorios

- Es como un regalo cerrado que sabes que te va a gustar.
- No lo entiendo. Si no sabes lo que es...
- Bueno, no lo sabes, pero en el fondo lo sabes.
- ¿En qué quedamos?
- ...
- Yo cuando tengo un regalo, quiero abrirlo y saber lo que es. No me paso la mañana de reyes imaginándome lo que hay en el paquete, ¿tú sí?
- No me refiero a eso. Lo estás simplificando demasiado...
- No, tú lo haces complicado. Déjame que te entienda, por favor.
- Lo que quiero decir es que no siempre es necesario decirlo todo. A veces hay que dejar que las cosas se intuyan, y se disfruten más. A veces no hace falta abrir el regalo nada más recibirlo. El detalle en sí ya cuenta, es más significativo. El hecho de preocuparte por conseguir algo, envolverlo y entregarlo un día concreto es más importante que el regalo en sí.
- Ya, es verdad, el regalo es la excusa. Pero entre nosotros, tal vez la excusa sea esencial. Quiero saber que hay algo dentro de la caja.


- No es que no quiera abrirlo... Es que he disfrutado tanto envolviéndolo, que ahora me da pena romper el papel.