viernes, 30 de abril de 2010

Smile

Nos cuentan que hay más novela entre rutinas que entre páginas, o más ficción en la realidad que en las cintas, o más drama entre bastidores que sobre el escenario. Y asentimos, como si lo comprendiéramos. Creemos hacernos una idea, como si fuesemos espectadores lejanos de un griterío amortiguado. Qué dulce sosiego, el de la distancia.
He tenido la agria oportunidad de asomarme a la mirilla de esa sala. Aún como parte del público, acaso ajena todavía. Y he entendido, a mi pesar, cómo supera la verdad a la fantasía. Y lo poco que necesitamos más de lo mismo, aunque sea en teatro; lo canalla que supone inventarse más tragedia. He deseado volver a los tiempos en los que uno sabía que el cuento terminaba bien. Porque para finales tristes, no hay más que echar un vistazo fuera del libro.


*Y presumo de estar orgullosa de lo que otros se arrepienten.

martes, 20 de abril de 2010

Pintar y borrar

Era sorprendente lo poco que se acordaba de él.

Incluso resultaba triste, la perspectiva del olvido espontáneo. Involuntario. Qué menos que guardarle una parcela entre sus ideas, ¿no?
Sucedía que al tratar de alimentar las brasas, al evocar melodías, trayectos y tardes soleadas, las manchas de hastío lo cubrían todo con una querencia indeleble y contagiosa. Se había acostumbrado a ignorar lo bueno, para no dejarse convencer, y se le había olvidado su dicha anterior.
Incluso resultaba triste, y no lo sentía por él, que había aprendido a odiar los recuerdos a propósito, por supervivencia. Lo lamentaba por ella misma, quien ya no podría rememorar sus propios tiempos felices. Todo quedaba silenciado tras un telón de orgullo opaco y frío. No había sufrido, es cierto, pero ahora se sentía como si nunca hubiera disfrutado.

Era sorprendentemente triste lo poco que se acordaba de él.

lunes, 12 de abril de 2010

Ya soy "otro" más


El tren se pone en marcha con energía, tambaleando en su primer impulso los cuerpos de trapo de sus pasajeros. Casi vacío, el vagón se sumerge en las minas de asfalto, escurriéndose bajo los pies de la ciudad aún medio dormida.
A veces, me siento como un fantasma entre tanta algarabía de rostros sin nombre. Bajo tierra somos todos iguales, imperturbables, vacíos. Me desplazo entre la gente como este tren bajo la urbe: soy casi imperceptible. Proyecto mi atención dispersa en cada nuevo alto del camino, por el que navego mecánicamente, como un ciego que se agarra a la correa de su labrador. Y contengo la respiración -y la consciencia- hasta el momento en que vuelvo a asomar la cabeza a la superficie y puedo, por fin, respirar.

miércoles, 7 de abril de 2010

Ya soy uno más

Sigue mirando al suelo, mientras intenta que dejen de temblar todas las ideas que ha estado agitando hasta el colapso. Se frota con dulzura las yemas de los dedos, y el encanto que desprenden sus manos imperfectas hace que me dé aún más miedo lo que está escondido en su garganta.
Levanta la cabeza, pero no la vista. Me hace temblar con cada carraspeo, y lo sabe. Resopla, y yo imagino que expulsa en ese aire parte del castigo que me espera en sus palabras. Me concentro en ese oxígeno impregnado de aroma a su boca, aferrándome al clavo más caliente que encuentro a mi alrededor.
Vuelve a negarme la mirada, para ofrecérsela esta vez a la ventana, y el sucio cristal me mata de celos. Empiezo a comprender que habrá que aprender a desconocerse. Y a dejar de observarlo todo con ojos de niño ensimismado, sin ganas de ocultar mis ganas.
Abre la boca para liberarse del peso de las palabras sobre su mandíbula, que tiembla ligeramente como si las ideas, tras ella, aporreasen las puertas del sonido. Me descubro suplicándoles en silencio que no salgan al exterior. Que no me bajen de este pedestal en el que soy tan feliz, a pesar de todo, donde soy un único entre tantos cualesquiera.
Pero ante mi estupor desesperado, alza la vista con una puntería estratégica, y acierta en mis pupilas. Y ya está. Es todo lo que necesita.
Ya soy uno más.