domingo, 27 de diciembre de 2009

Inevitable


Lanzo mis votos al viento.
Renuncio a mi voluntad.
Hasta que te oigo llegar,

...y blasfemas mi silencio.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Hilvanes

Cómo te lo cuento, ha empezado diciendo. Te lo cuento, ha pensado, pero no te lo voy a contar todo. Voy a poner a prueba tu capacidad de adivinarme.
Y lo ha hecho, ha tanteado la tierra húmeda sobre la que caminan mientras pisan cemento. Y le ha contado, verás, se me han olvidado los pasos. Se me han olvidado los viajes, las llamadas y las veces que hemos dormido juntos. Ya no me acuerdo de nada de eso, le ha explicado. Cómo podría hacerte entender...no los necesito. Los he olvidado a propósito.
¿Intensos? Sí, fueron intensos, ha respondido, pero una intensidad triste. Una intensidad dolorosa, como el calor de un soplete... y han comprendido: los dos tienen la piel abrasada.
Y le ha insinuado que quiere dejar la tristeza, aunque pierda intensidad. Me he cansado de jugar, ha reconocido al fin. Me apetece hacerme un poquito mayor.

Por eso los has olvidado, le ha intentado preguntar con la mirada. Por eso ya no te ríes si bromeo sobre terceros, o si hablo en singular. Porque ahora ya no tiene gracia. Ha asentido, y se le ha desmigajado el orgullo al hacerlo.
Cómo te complazco, ha pensado, sin bajar de este peldaño estratégico. Cómo te explico que a mí también se me está quedando pequeño el disfraz de insensible, pero que ya es tarde para acostumbrarme a ti. Y ha valorado sus opciones, sin preguntar cuál es mejor, ni cuál es menos mala, ni siquiera cuál duele menos. Ha intentado elegir la que no resulte catastrófica para los dos.

No sería yo si te dijera que te quiero, ha dicho al fin. No es que no te quiera, es que a tí no te lo puedo decir. No después de tanto tiempo aprendiendo a hacernos daño. Ni siquiera sería bonito, no tengo esa desvergüenza.

No ha sido ésta una confesión dolorosa, Sin embargo. Le ha obsequiado, para sorpresa de ambos, con algo que nunca antes dio a nadie: su sinceridad. Han sufrido, sin llorar. Se han odiado, sin insultos. Y los dos han suspirado satisfechos, sin lágrimas ni reproches. No hay mejor final para esto, han pensado a dúo. No hay mejor final que callar y descoser.


jueves, 17 de diciembre de 2009

AL truismo

Un regalo nunca es un regalo- hizo eco en su cabeza nublada de madrugón. -Ni hay cumplidos, ni hay favores.
La lección empujaba sin remedio a sus vetustas ideas, las tradicionales, que se aferraban a su entendimiento como negándose a ser desplazadas. Entonces él repasaba, uno a uno, todos los ejemplos recordables o imaginables, intentando discrepar. Odiaba la aplastante, desconcertante sabiduría de ella, o su impecable forma de fingirla, tal vez. Odiaba no tener más remedio que negarle la razón en voz alta, y tener que admitir en silencio que estaba en lo cierto. Y detestaba que todas sus enseñanzas resultasen tan negativas, que al admitir su certeza él sintiese que se hacia mayor de golpe.
Pero aunque odiase el vapor de sus doctrinas, no podía evitar respirarlo. ¡Qué paradoja tan poco original!

Un regalo es o bien un premio o bien un ansia- le había explicado empadada de suficiencia, de obviedad. Él había disimulado torpemente su desacuerdo, mientras almacenaba meticulosamente cada sílaba, para poder repasarla más tarde.

Un cumplido es una forma de comprar un sentimiento.- Llegando a esta parte le pareció que ella no se estaba dirigiendo directamente a él, sino que lanzaba sonidos al aire. Él abrió la boca para opinar, pero se arrepintió antes de empezar. Sabía que ella aplastaría sus razones con la facilidad más elegante, aunque solamente fuese con un ademán o un simple "pamplinas". Su compañera se le antojó un dique de contención de ideas, de las respuestas ampliamente aceptadas: fluían libremente hasta la presa, donde ella interrumpía su ruta, reteniéndolas con avaricia.

Y un favor...- concluyó,- un favor es siempre de ida y vuelta.

Callaba ahora.

¿Qué argumento alegar contra tan sólida sentencia? Había pronunciado la palabra
siempre saboreando, masticando y escupiendo cada una de sus sílabas, acariciando todos sus significados. No había excepción. Para ella, no.

No existe gratuidad... Qué bueno, ¿verdad?

Entonces él lo comprendió. Le bastó un segundo para darse cuenta de que ella acababa de quitarse el antifaz y estaba, por fin, al descubierto.

Sonreía ahora.

Por cierto- dijo al fin,- me debes algo...

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Pies descalzos

Una vez compré unos zapatos rojos de tacón. Altos y elegantes. Lucían un lazo pequeño, anudado en un lateral. No me importó no tener nada rojo para combinarlos. Ya encontraría el momento de llevarlos, me convencí.
Día tras día, volvía a casa al final de la jornada y allí seguían, impolutos, distinguidos, brillando tenuemente bajo el polvo de aquel rincón, como esperando a que alguien los sacase a bailar. Muy a mi pesar, yo sabía que habrían resultado más prácticos de haber sido negros, no tan altos, ni tan exquisitos; más llevaderos. Por algún motivo, sin embargo, derroché un dinero que no tenía en aquel par de joyas incombinables.
En las escasas oportunidades que encontré de sacarlos a pasear, tuve miedo de estropearlos o de que acabasen haciéndome daño. Solía ponérmelos por casa, como en un vano intento por consolarlos anticipando un prometido viaje más allá de mi portal. Los sabía un elemento indispensable en mi armario, y me imaginaba llevándolos a la facultad, de copas, a bailar... pero en realidad jamás los usé. Eran preciosos, deslumbrantes, unos zapatos de los que poder presumir. Pero hace algún tiempo decidí guardarlos en el altillo de mi armario, de donde dudo mucho que vuelva a dejarles salir.




En unos zapatos... no importa si gustan más, si gustan menos.
En unos zapatos, como en tantas otras cosas, lo importante es la determinación de sacarlos a bailar.


viernes, 27 de noviembre de 2009

De periplos verticales

Descienden ahora a una velocidad lenta pero estable, constante, tras los asfixiantes últimos minutos de prisa que preceden inevitablemente a una despedida.
Apenas han cerrado la puerta y pulsado el botón, pueden respirar sabiendo que sus movimientos no acelerarán la marcha del artefacto, que el tiempo deja de ser relativo en el estrecho cubículo que acerca sus cuerpos, y se vuelve, por contra, constante y regular. La urgencia pasa, pues, a un segundo plano, y ambos dejan de preocuparse por su demora durante los cinco pisos que dura el trayecto.
Será, y los dos lo saben, el último momento de laxitud antes del adiós. Así que fingen que se estrechan las paredes de la urna que los está sumergiendo, y simulan que no tienen más remedio que someterse a ese abrazo contenido por estratos de lana y algodón.

"Qué tarde vamos" piensa, pero no lo dice.
"No tengo ganas de irme" dice, después de pensárselo mucho.

"Me da pereza que te vayas" dice,
"Me castiga que te vayas" piensa,

Sonríe,

Piensa en sonrisas, pero no las dice,

"Voy a llegar tarde" dice, pero ya ni siquiera lo piensa.

"Quédate" piensa, pero no lo va a decir.

Y al abrirse, las puertas suenan como suena una agria inminencia.
"Ojalá viviese en un noveno" dice, y lo piensa de verdad.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

diminuto

Me miró, intentando impermeabilizarme las pestañas, y me sonrió de medio lado: "Yo creo que tiene que haber una forma más sencilla. Yo creo que hay gente que sabe olvidarse de que hay días y horas y minutos."
"A mí los minutos me parecen un horizonte", le dije. "Un segundo se me antoja un lustro, y me pesan sus milésimas y me abrasan las ganas de pegarle una patada al tiempo. Un segundo es una enormidad".
Insistió: "Yo creo que hay gente que sabe ignorar la enormidad del tiempo. Estoy seguro. Simplemente, piensan en pequeño".

Y para pensar en pequeño, imaginé, hay que ignorar demasiado. Cuando uno conoce todos los colores, ¿Cómo va a pensar en blanco y negro? Yo, que he nadado en chaparrones infinitos, no sería capaz de acostumbrarme a la aridez. El olvido, bajo presión, se vuelve reticente a suceder. El olvido queda reservado para las mentes privilegiadas, las que piensan en pequeño, no para pupilas dilatadas que ven el mundo con la piel desabrochada.

"Yo no tengo más remedio que pensar en grande", dije al fin. "Porque reducir es crear huecos, y los vacíos...me duelen demasiado. Los vacíos son heridas abiertas".
Volvió a fijar esa mirada de inocencia en mi nariz. Titubeó un momento, y ladeó la cabeza en un gesto empapado de niñez. "Entonces ponles un poquito de mercromina. Y yo te soplo si te escuece, ¿te parece?"

miércoles, 21 de octubre de 2009

De contornos y estrías

Yo soy esa línea que trazas sin clemencia. Lo soy, y sé que nadie me lo está pidiendo, pero con más fuerza me aferro a sus estribos. Yo soy esa línea que marca tus límites, que limita tus marcas, que separa esos dos mundos en los que no paras de situarme...sin darte cuenta de que no pertenezco a ninguno, porque estoy justo en medio. Donde está la bisectriz, allí me encuentro.
Estoy de pie sobre la frontera entre lo escaso y lo excesivo, entre tu escasez y tu exceso, porque eres quien lo dibuja. Y yo me limito a desplazarme sobre la aduana, manteniendo el perfecto equilibrio y sin tambalearme ni un ápice, por miedo a pisar campo de batalla. Vivo sobre su trazo porque así jamás rebasaré tu permiso, porque me niego a alejarme de tu pulso.
¿Y la mía? La mía eres tú también, porque yo la esbocé bajo las suelas de tus zapatos.

domingo, 18 de octubre de 2009

Filarmonía

Caminaban los dos ya sin prisa, exhaustos, rendidos al día, pero cercanos. La pendiente del pavimento ayudaba a sus pasos a dejarse llevar calle abajo, sorteando peatones, evitando tropiezos y esquivando las miradas de vendedores ambulantes y mendigos. Uno de ellos, sin embargo, provocó una interferencia en la comunicación de ambos. Durante un par de segundos, quizá tres, ella le hablaba de cualquier menudencia pero él no la escuchaba. Un acordeón reemplazaba sus palabras. O más bien se entremezclaba con el timbre de su voz, la melodía se fundía con la ligereza de sus sílabas, ya difusas, evaporándose en el aire. Así se lo pareció a él.
Regresó al discurso de su interlocutora y se rindió a la inercia de las calles empachadas de sábado. De alguna manera, no obstante, el acordeón seguía tiznando su paseo. Aminorando el paso, rebuscó en su bolsillo izquierdo, frenó en seco y dio media vuelta. A ella no le importó ver su crónica interrumpida sin disculpa, la escena suplente bien lo merecía. Él desandó con calma cansada los escasos metros que lo separaban del músico, le dio una moneda, y volvió sin más teatro ni excusa al lugar desde donde su acompañante, a punto de retomar la conversación, lo miraba embelesada.




miércoles, 14 de octubre de 2009

Motas de ausencia

Había una nota pegada en la nevera:













He decidido que me marcho, esta vez para siempre. Llámame sólo si de verdad me necesitas


Qué amplia sonaba aquella oferta. Se le ocurrían más de cien motivos de verdadera necesidad, pero era consciente de que tendría que dar un trato de preferencia a algunos sobre otros, o él se volvería inmune a sus reclamos. Así, elaboró una lista con las causas que le harían arañar su puerta con urgencia.
Sabía, en primer lugar, que le necesitaría para cerrarle la cremallera de la espalda del vestido amarillo. También echaría de menos su ayuda al doblar las sábanas y los manteles, o su irreemplazable tarea de sujetar el plato cuando ella le daba la vuelta a la tortilla de patatas. Le haría falta de igual manera para levantar el sofá del salón cuando se le perdiese la tuerca de algún pendiente y lo andase buscando como loca por el suelo.
Y para probar la salsa y confirmar que le faltaba un poco más de sal.
Y para soplarle fuerte en el ojo cuando se le metiese alguna mota de polvo.
Y para abrir el tarro de la mermelada, que estaba siempre tan duro.
Y para matar la araña del cuarto de baño.
Y para apagar la tele cuando ella se quedase dormida en el sofá.

Examinó la lista con satisfacción y, de repente, soltó una estridente carcajada. Se le había olvidado lo más importante.

Para seguir dejándome bromas pegadas en la nevera.

domingo, 4 de octubre de 2009

Añicos

Tenía una pequeña cicatriz en la boca, un caprichoso garabato que daba una pincelada única a su labio inferior. Era una boca párvula, de un color casi neutro, una boca tan absurda que jamás habría llamado la atención en solitario. Sin embargo, aquella marca arbitraria la hizo irresistible para él, quien, con una atención hipnótica, seguía minuciosamente el baile de movimientos labiales que tenía lugar en todas sus charlas. La contemplaba morder el lápiz en clase, soplar el polvo de la libreta o fumar a escondidas en el recreo, y perseguía sus ajetreos movido por un único incentivo. Se obsesionó de tal manera con la cicatriz, que imaginaba su textura, su suavidad, su sabor. Fue tan intenso el empeño, que en ocasiones ni él mismo sabía si ansiaba besarla a ella o a la marca impresa en sus labios.
Habían pasado casi diez años cuando volvió a ver su graciosa figura contonéandose a través de un paso de cebra. Él avanzaba en la dirección opuesta, y al instante reconoció a la musa de su niñez. Recordó la cicatriz nítidamente, y su alusión eclipsó cualquier otro pensamiento. Tanto tiempo después aún seguía rendido ante su influjo. "No iré a trabajar" se convenció en un segundo, "la seguiré si es necesario". Pero no habían terminado de tomar forma estas ideas en su cabeza, cuando todos sus esquemas se desplomaron ante él. "¿Dónde está la cicatriz?"
Se detuvo en seco, miró con grosero descaro, casi defraudado, cómo pasaba por su lado y volvió en sí como por arte de magia. Se había roto el hechizo, era por fin libre, sin embargo ¡qué libertad tan vacía! Suspiró, comprendiendo con pesar que, en realidad, jamás había estado enamorado.

Y reanudó su marcha, maldiciendo entre improperios, al inventor del carmín.


domingo, 13 de septiembre de 2009

El último paseo

Antes, cuando creía que su fuerzas ya estaban apurando el final del vaso, se levantaba tarde y lo hacía todo con calma. No tenía prisa por llegar al aseo donde, bajo la supervisión de cualquiera de sus niños, mojaba un algodón en un vaso y se limpiaba los ojos con una precisión de relojero. Se ponía la dentadura tranquilamente, y se engañaba a sí misma haciéndose creer que se peinaba con las yemas de sus dedos anquilosados. El espejo le hacía un guiño cruel, y ella le devolvía una mueca resignada. "Este es el último paseo", solía decir, y emprendía su pausada marcha encaramada al tacatá.
Ahora que ya sabe que el final del vaso no es más que un agujero, nunca despacha el sueño. Duerme más de lo que le apetece, poniendo a prueba, sospecho, su capacidad para despertar. Se ha rendido ante las insistentes ofertas de ayuda, y sin darse cuenta se ha convertido en la inválida que siempre se negó a ser. Ahora es el mismo tacatá, su antiguo compañero de andanzas, el que la mira desde un rincón con ese gesto suplicante que sólo vemos en las cosas que ansiamos. Y ella sigue devolviéndole su ademán de infinita resignación, mientras intenta acordarse de lo que ha desayunado.
Sigue usando, ritualmente, el algodón para limpiarse la cara, pero ahora lo lleva siempre en la mano, y se frota insistentemente el ojo ya casi seco. Y a veces, cuando se distrae, no reconoce a quien tiene delante, y eso le da mucha vergüenza. "Las cosas del último paseo", se consuela ella, y en ese momento vuelve a acercarse el algodón a las pestañas, húmedas esta vez, y un reflejo me insinúa que se le ha escapado una lagrimita.
"Para dar el último paseo, ¡una tiene que ponerse en marcha, abuela!" Ella me mira y sonríe para sí, promete poner de su parte, y yo prometo llevarla en brazos si no le llegan las fuerzas. "¡Acabo de acordarme! esta mañana he desayunado fruta".

jueves, 27 de agosto de 2009

Por unos momentos

Cuando la veía fuera de su propio hábitat, llevando un disfraz de ropa y camuflada en su falso recatamiento, podía encontrarle un destello de atracción. Si se acercaba a mí, y y me dejaba olerla, subía un peldaño más y empezaba a descubrir en su figura perfecciones y vértigos jamás imaginados, tan sólo con su aroma. Ella entonces rozaba mi mano, o mi hombro, con su propia piel descubierta, con esa gasa que cubría sus delicadas curvas y me trasladaba a otro hemisferio de sentidos. Con un contacto tan temprano ya podía empezar a garabatear en mi imaginación palabras bonitas para ella.
Hasta aquí era yo un ser humano, nada más. Atracción real, fijación tangible, fácil de entender, en definitiva. Pero al flanquear el umbral de su desnudez, todo raciocinio quedaba automáticamente descalificado.
Ya no era yo, el ser humano corriente atraído por una dama; me transformaba en un hombre machacado por una obsesión casi enfermiza, la de poseerla a toda costa, y al mismo tiempo ser dueño de los versos más selectos que poder susurrarle sin pausa. Y a pesar de lo mucho que lo negaba después, la amaba con todas mis fuerzas cuando el deseo me hacía entregarme por completo a ella. Solamente entonces dejaba de ser una mujer más, para convertirse en mi musa, en aquella que me hacía desear, por unos momentos, regalarle la totalidad de mi existencia.
Unos minutos duraba aquel amor ciego y descontrolado, y después, silencio. Se encogía sigilosamente y volvía a su tamaño real. O al más irreal de todos, qué se yo. Conforme se alejaba de mí su esencia, perdía también mi sumisión a ella.
Por eso siempre supe que no sería capaz de quererla a tiempo completo, pero ¿quién puede decir que aquel amor, limitado a la brevedad de los cuerpos, fuese inferior a cualquier otro? ¿Por qué para amar de verdad uno debe hacerlo todo el tiempo? Puedo jurar que la intensidad de sus minutos compensaba con creces la ausencia de sus horas, y para mí aquello siempre fue más importante que cualquier promesa de envejecer juntos.

lunes, 24 de agosto de 2009

Segundos

Si tuviese solo un segundo no lo dudaría en absoluto.
Si supiese que sólo tiene un segundo todo sería dejarse empujar.

No sabe reconocerme en un reflejo ajeno, conoce esa limitación. Y jamás sabrá, porque ese es su papel y es el único que ha memorizado. No puede fingir que hay tiempo cuando martillea ese tic-tac insolente sobre su nuca, y tampoco que todo está ya perdido y no importa un golpe más. ¿No lo ves? No queda poco tiempo, ni mucho ni demasiado, queda la vida entera. Sin embargo, si fuera sólo un segundo, qué fácil sería colocarlo entre unos dedos conocidos.

Con o sin fronteras

Tal vez debería arrepentirme de comportarme, a veces, como el ser humano primitivo del que intentó alejarme mi buena educación. Debería, quizá, pedir perdón por el daño que mis instintos pudieron causar al resto; incluso puede que también fuera necesario enmendar mi error, no lo discuto. Pero el remordimiento, caballeros, también ha de tener un límite y hemos de trazarlo con perspectiva. Lamento el dolor, la rabia y el llanto que vinieron luego, pero lo otro... como animal, como persona, me veo incapaz de tachar lo otro.
El placer no merece rozar el arrepentimiento.

lunes, 17 de agosto de 2009

Abstinencia irremediable

Cada vez que encendía un cigarrillo se acordaba de otros labios perfilando aros de humo, así que dejó de fumar.
También abandonó el alcohol, porque le hacía rememorar bonitas borracheras de un pasado en compañía. Cansarse y sudar a causa de cualquier ejercicio sin abrazos le resultaba banal e improductivo, así que decidió no practicar más deporte.
Cuando intentaba dialogar con otras personas, la conversación le mareaba, le llenaba la cabeza de ecos de antiguas charlas de dos, por lo que dejó de hablar. Y puesto que cualquier sabor le parecía intensamente insípido al compararlo con el de otra boca, también dejó de comer.
Y así, mudo, escuálido y olvidado, su recuerdo murió aferrado a su memoria, por culpa de su memoria.

lunes, 27 de julio de 2009

las noches sin mañana

Siempre le pesan los párpados al levantarse y recordar. Es tan nítido el gusto a mojado que deja la noche en su paladar que le cuesta querer despertar. Y total, ¿para qué? Para comprobar que la noche sí es algo despistada y se olvida de olvidar. "Si pudiera embriagarme de los sueños como quien viste un traje nuevo cada noche, y después despojarme de sus rastros al desnudarme por la mañana, no sería tan doloroso haber sido feliz en el pasado".
Así piensa mientras se frota la sien sobre la almohada, e intenta encadenar a las sábanas lo soñado. Pero sigue siendo en vano, porque forzar la amnesia es, a fin de cuentas, alimentar las brasas.

martes, 7 de julio de 2009

Contiene la "D"

Dos individuos deambulan, dirigen miradas distantes en distintas direcciones. Difieren, adivinan toda variedad de ideas conformándose en cada trazada de divagaciones. Esconden miradas y silbidos, desabrochan deseos con dedos resbaladizos y descubren todo...y nada.

jueves, 2 de julio de 2009

la gueule de bois

Sigo viendo amaneceres borrosos tras la bruma, que esperan pacientes a que me ponga las lentillas y alcance a admirar su esplendor. Pero me pesa la incertidumbre en los nudillos, y respiro fuerte sin preocuparme de oler...aspiro aire pero no me sacia los pulmones; bebo agua, pero me sigue matando la sed. Y aspiro y bebo, también almas ajenas, sin llegar a impregnarme de su esencia, sin llegar a asomarme a su interior.
Por la mañana, todo me parece más salado que de noche. Y no puedo, aunque me esfuerce, desayunar besos sin nombre. Tengo cerrado el estómago, y tal vez la garganta también, tengo los pies fríos de deambular por la sombra. Y no huelo nada...ese es el peor aroma.

lunes, 29 de junio de 2009

El hombre de la boina y el violín


Munich, 8 julio de 2007

Anoche, al volver de un caro festín en una cara cervecería extranjera, pasamos por la puerta de un fast food, y encontramos, la cabeza gacha y la mirada triste, al hombre del violín que habíamos visto aquella misma mañana. Seguía en su idéntico rincón, tras un largo día de frío, pero en aquel momento ya no tocaba, solamente miraba al suelo, pegaba patadas al aire, arrugaba el labio inferior en una entrañable mueca que imitaba un puchero infantil.

Me superó la escena de "el hombre de la boina y el violín": el pobre alemán, o vete tú a saber de dónde venía aquella mirada triste, o dónde habría aprendido a tocar ese ingrato instrumento que le habría dado de comer en alguna ocasión, tal vez en aquella misma esquina. Sin embargo ya no tocaba. Bajaba el escalón escudriñando la punta de sus zapatos y anudando algún tejido, alguna fibra en mi estómago; algo tuvo que tocar ahí dentro para grabarse tan profundo en mi cabeza; tan, tan, tan triste resultó aquel fortuito encuentro que no puedo dejar de pensar en él; tan casual y tan insignificante, que en mi mente parece algo maquinalmente forzado.

No sé si merece mi compasión, ni siquiera si la desea o si yo despierto la suya. Es un músico, tal vez, pero aceptó agradecidamente aquellas dos monedas que se le dieron por lástima cuando ya no tocaba, y puede que eso le convierta en un mendigo. Dudo que aspirase a ello cuando aprendía a tocar el violín.
Ni siquiera recuerdo haberlo visto por la mañana. Sería seguramente, un músico ambulante más del montón de miradas tristes con las que se podría conmover a muchos. Pero a mí me arañó un poco el alma el hombre de la boina, la mirada caída y el violín mudo y cansado, un músico convertido en mendigo, que dejó de tocar y recibió su primer sueldo.

martes, 23 de junio de 2009

El invierno

No empezaré con un saludo, porque esto es una despedida. Tú bien sabes, mejor que nadie, que no me queda más opción que decirte adiós. Por mucho que me hierva la piel sobre estos talones cansados de tanto esperar, y muy a pesar del agotador ejercicio de imaginar un mágico desenlace cargado de inverosimilitud, ya hemos dejado de respirar el mismo aire.
¿Cuánto hace ya, semanas? Tú, que me incendiabas por dentro. ¿Ha pasado más de un mes? Normal que me duela el pecho...tengo helados los pulmones.

sábado, 20 de junio de 2009

In-evitable

Tal vez sea demasiado tarde para recapitular, más aún sabiendo que las palabras serán poco más que motas de polvo a merced de un vendaval, pero algo ha cambiado y merece un rincón. En fin, nunca seré más joven que hoy.
No me rindo, porque rendirse significaría reconocer que hubo guerra. Me desgarro la voz intentando hablarme sin palabras, qué pena que nunca aprendiera a silbar. No me rindo, pero he dejado de luchar, eso es. He dejado de creer que se pueden estirar las horas y allanar los badenes, y se ha evaporado el motivo. No diré que también he perdido el apetito, porque a veces me siguen rugiendo las tripas.

jueves, 18 de junio de 2009

Con los ojos bien abiertos

Tienen nombre y apellidos, y se repiten sin cesar. Les gusta retratarse con sus seres más cercanos, comportarse de distinta forma según el momento y el lugar, experimentar espasmos involuntarios a causa de lo que su especie considere "divertido", y pasar mucho tiempo acompañados. Pero en general ninguno de ellos es fuerte...la corpulencia es un atributo más bien obsoleto, y en algunos círculos de su mundo prima la valía intelectual, el desarrollo del cerebro más que el de los músculos. Viven en grupo, pero no siguen la ley de la manada...en lugares públicos, al caminar, al transportarse o al descansar, se mueven siguiendo pautas de conducta elaboradas aleatoriamente, se rozan y empujan, se tosen, se chocan y se miran tras un fino velo de discreción, sin mediar palabra, sin establecer más contacto que el fugazmente visual. Y curiosamente, cuando miran a su alrededor se preguntan por qué se sienten solos...sumergen las manos en agua pero no se mojan los dedos, y se preguntan por qué se sienten sucios. Viven en un mundo enfermo de sequía y malgastan lágrimas y saliva. Muchos en este mundo desean ser invisibles...yo, más bien, lo que querría es ser invidente.

lunes, 15 de junio de 2009

metamorfosis

Todo el mundo cambia entonces...no depende de la luz, ni del reloj, ni siquiera de la presencia de un aroma de embriaguez. No es la edad la responsable, ni la emoción, ni los nervios (¿qué nervios?), pero todo puede ser trascendental. Una vez que la epidermis se deja desflorar por cualquier perezoso cabello a la fuga, el olor de lo inodoro empieza a teñir su cariz. Nadie es igual, ni previsible, nunca se acierta al juzgar. El huésped de la sombra puede llegar a convertirse en el mayor afanado protagonista de un episodio entre cortinas empañadas, y la más áspera envergadura llega a contorsionarse, exprimirse, sudar...tal vez esos minutos de gloria son los únicos en los que podemos ser de verdad un ser humano sin disfraz, más cerano a su autenticidad animal, enredándose entre los senos de una llanura en la que no hay tiempo para esperar, ni espacio para esconderse, ni lugar para el cansancio. Y si lo hubiera...ay, si lo hubiera, bendito dulce cansancio.

jueves, 11 de junio de 2009

dinámica del desengaño

Tal vez muriera por dentro en el preciso instante en que se heló su sonrisa y todo oscureció. Había algo en el ambiente que olía a quebrado, que se adhería a las entrañas como una segunda piel, y que, de alguna manera, presagiaba traición y despedida. Lo notó inmediatamente antes de abrir la puerta que los separaba, que se interponía entre los dos (¿sólo dos?) ,y ver que la verdad era bien distinta. Había un alma de sobra en aquella habitación, tras aquellas bisagras, había una boca intrusa invadiendo un espacio ajeno. Había más vapor incandescente que soledad anunciada, había más engaño que verdad.Y cuando se heló su sonrisa y todo oscureció, ella sintió que moría por dentro. Porque aunque apartase los ojos, siempre había una parte en su interior que no sabía dejar de mirar.

lunes, 8 de junio de 2009

lexicografía intermitente


Hay quien opina que las palabras puede definirlo todo. Yo solía pensar así antes...de saborear una pequeña porción de aquel todo que creía conocer. Nadie podrá jamás definir el pálpito semántico de un jadeo...solamente quien deshincha sus pulmones en las sílabas de placer puede alcanzar a comprenderlo.

He intentado utilizar un leguaje escrupuloso, ineludible, y me ha costado comprender que no existe tal. Cada sílaba, cada letra resucitada en paladares gemelos está teñida de distintas cadencias. Sería imposible abarcar el significado de una manzana...porque comprende desde aquella acided del viernes con prisa hasta el dulce jugo intacto del lunes tras el almuerzo. Y todo ello, solamente en mi humilde diccionario ególatra. Quién sabe a qué le sabe el sabor de una manzana al lector...