domingo, 27 de diciembre de 2009

Inevitable


Lanzo mis votos al viento.
Renuncio a mi voluntad.
Hasta que te oigo llegar,

...y blasfemas mi silencio.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Hilvanes

Cómo te lo cuento, ha empezado diciendo. Te lo cuento, ha pensado, pero no te lo voy a contar todo. Voy a poner a prueba tu capacidad de adivinarme.
Y lo ha hecho, ha tanteado la tierra húmeda sobre la que caminan mientras pisan cemento. Y le ha contado, verás, se me han olvidado los pasos. Se me han olvidado los viajes, las llamadas y las veces que hemos dormido juntos. Ya no me acuerdo de nada de eso, le ha explicado. Cómo podría hacerte entender...no los necesito. Los he olvidado a propósito.
¿Intensos? Sí, fueron intensos, ha respondido, pero una intensidad triste. Una intensidad dolorosa, como el calor de un soplete... y han comprendido: los dos tienen la piel abrasada.
Y le ha insinuado que quiere dejar la tristeza, aunque pierda intensidad. Me he cansado de jugar, ha reconocido al fin. Me apetece hacerme un poquito mayor.

Por eso los has olvidado, le ha intentado preguntar con la mirada. Por eso ya no te ríes si bromeo sobre terceros, o si hablo en singular. Porque ahora ya no tiene gracia. Ha asentido, y se le ha desmigajado el orgullo al hacerlo.
Cómo te complazco, ha pensado, sin bajar de este peldaño estratégico. Cómo te explico que a mí también se me está quedando pequeño el disfraz de insensible, pero que ya es tarde para acostumbrarme a ti. Y ha valorado sus opciones, sin preguntar cuál es mejor, ni cuál es menos mala, ni siquiera cuál duele menos. Ha intentado elegir la que no resulte catastrófica para los dos.

No sería yo si te dijera que te quiero, ha dicho al fin. No es que no te quiera, es que a tí no te lo puedo decir. No después de tanto tiempo aprendiendo a hacernos daño. Ni siquiera sería bonito, no tengo esa desvergüenza.

No ha sido ésta una confesión dolorosa, Sin embargo. Le ha obsequiado, para sorpresa de ambos, con algo que nunca antes dio a nadie: su sinceridad. Han sufrido, sin llorar. Se han odiado, sin insultos. Y los dos han suspirado satisfechos, sin lágrimas ni reproches. No hay mejor final para esto, han pensado a dúo. No hay mejor final que callar y descoser.


jueves, 17 de diciembre de 2009

AL truismo

Un regalo nunca es un regalo- hizo eco en su cabeza nublada de madrugón. -Ni hay cumplidos, ni hay favores.
La lección empujaba sin remedio a sus vetustas ideas, las tradicionales, que se aferraban a su entendimiento como negándose a ser desplazadas. Entonces él repasaba, uno a uno, todos los ejemplos recordables o imaginables, intentando discrepar. Odiaba la aplastante, desconcertante sabiduría de ella, o su impecable forma de fingirla, tal vez. Odiaba no tener más remedio que negarle la razón en voz alta, y tener que admitir en silencio que estaba en lo cierto. Y detestaba que todas sus enseñanzas resultasen tan negativas, que al admitir su certeza él sintiese que se hacia mayor de golpe.
Pero aunque odiase el vapor de sus doctrinas, no podía evitar respirarlo. ¡Qué paradoja tan poco original!

Un regalo es o bien un premio o bien un ansia- le había explicado empadada de suficiencia, de obviedad. Él había disimulado torpemente su desacuerdo, mientras almacenaba meticulosamente cada sílaba, para poder repasarla más tarde.

Un cumplido es una forma de comprar un sentimiento.- Llegando a esta parte le pareció que ella no se estaba dirigiendo directamente a él, sino que lanzaba sonidos al aire. Él abrió la boca para opinar, pero se arrepintió antes de empezar. Sabía que ella aplastaría sus razones con la facilidad más elegante, aunque solamente fuese con un ademán o un simple "pamplinas". Su compañera se le antojó un dique de contención de ideas, de las respuestas ampliamente aceptadas: fluían libremente hasta la presa, donde ella interrumpía su ruta, reteniéndolas con avaricia.

Y un favor...- concluyó,- un favor es siempre de ida y vuelta.

Callaba ahora.

¿Qué argumento alegar contra tan sólida sentencia? Había pronunciado la palabra
siempre saboreando, masticando y escupiendo cada una de sus sílabas, acariciando todos sus significados. No había excepción. Para ella, no.

No existe gratuidad... Qué bueno, ¿verdad?

Entonces él lo comprendió. Le bastó un segundo para darse cuenta de que ella acababa de quitarse el antifaz y estaba, por fin, al descubierto.

Sonreía ahora.

Por cierto- dijo al fin,- me debes algo...

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Pies descalzos

Una vez compré unos zapatos rojos de tacón. Altos y elegantes. Lucían un lazo pequeño, anudado en un lateral. No me importó no tener nada rojo para combinarlos. Ya encontraría el momento de llevarlos, me convencí.
Día tras día, volvía a casa al final de la jornada y allí seguían, impolutos, distinguidos, brillando tenuemente bajo el polvo de aquel rincón, como esperando a que alguien los sacase a bailar. Muy a mi pesar, yo sabía que habrían resultado más prácticos de haber sido negros, no tan altos, ni tan exquisitos; más llevaderos. Por algún motivo, sin embargo, derroché un dinero que no tenía en aquel par de joyas incombinables.
En las escasas oportunidades que encontré de sacarlos a pasear, tuve miedo de estropearlos o de que acabasen haciéndome daño. Solía ponérmelos por casa, como en un vano intento por consolarlos anticipando un prometido viaje más allá de mi portal. Los sabía un elemento indispensable en mi armario, y me imaginaba llevándolos a la facultad, de copas, a bailar... pero en realidad jamás los usé. Eran preciosos, deslumbrantes, unos zapatos de los que poder presumir. Pero hace algún tiempo decidí guardarlos en el altillo de mi armario, de donde dudo mucho que vuelva a dejarles salir.




En unos zapatos... no importa si gustan más, si gustan menos.
En unos zapatos, como en tantas otras cosas, lo importante es la determinación de sacarlos a bailar.