lunes, 22 de noviembre de 2010

La Frontera

He aprendido a conformarme y hacer pequeño mi universo. Piedra a piedra, he levantado un muro que no deje pasar la luz a partir de las cuatro de la tarde, que es cuando ella brilla más. Aquí dentro me acurruco entre las cosas pequeñas que caben en la impotencia. No pude llevarme conmigo más que la carroña que ella no quiso, más que lo que no me intentó arrebatar. Porque todo lo demás fue suyo sin disputa y sin esfuerzo.
Puedo amontonar todos mis bienes y abusar de ellos hasta quedar satisfecho. Lo tengo todo en el mundo, porque ese mundo lo invento yo, y aquí no hay sitio para ella. Soy la persona más feliz que hubo nunca en este planeta, porque es mío, pero no soy dueño de aquello que vive más allá de mis fronteras.
Tú te sientas a mi lado, y eres todas las mujeres, todas las que caben aquí y la mejor que he dejado entrar. Y dentro de mi universo, del nuestro, Te quiero más que a ninguna otra. Ella fue antes, o lejos, o olvidada. A ti te basta, me parece, con saber que no te destronarán. A mi me basta, o eso espero, con lo mejor que puedo poseer.

lunes, 15 de noviembre de 2010

el eterno pasajero

Dicen que el olfato se vicia. Que si aspiras el mismo aroma durante un buen rato, tu nariz se fatiga y deja de intentar convencerte.
Como una ráfaga de luz, que te ciega unos segundos; o como un sonido tan agudo que sigue imantando pitidos mucho rato después. Como un sabor muy amargo, que se agarra a la lengua con furia de tempestad. Como un buen susto, que te abandona a los jadeos incluso cuando ya pasó, ¿verdad? Como el dolor... que todavía duele.
Igual que todas esas cosas, pero justamente al revés. Eso dicen, que todos los olores son siempre pasajeros, y que envidian la eternidad de los demás sentidos.
Dicen que podría cansarme de olerte. Pero yo me guardo un truco, y me he decidido a engañarles: Cuando te acerques, contendré la respiración hasta la asfixia, para no olerte más con la nariz...

...y para desmayarme en tus brazos.

martes, 9 de noviembre de 2010

In her shoes

Apenas se acordaba de su nombre y nunca supo su apellido. Habían sido compañeras de pasillo y ascensor durante años, pero jamás habían intercambiado más de dos frases incompletas. Si hubiera querido elaborar una lista con todos los detalles que conocía acerca de ella, se habría parecido bastante a la descripción de una conocida lejana.
Sabía que le gustaba vestir de marrón, y que tenía un novio inglés que iba a verla todos los martes y que dormía con ella un fin de semana al mes. Él vivía en otra ciudad, porque a menudo le enviaba postales que el cartero apoyaba sobre los buzones del portal, incapaz de descifrar por completo la eléctrica caligrafía del remitente. Sabía, también, que ella fumaba como un carretero, pero que a sus padres no debía de gustarles mucho, dado el intenso olor a ambientador que anegaba el pasillo cuando ellos estaban de visita. Casi nunca volvía tarde, y era vegetariana, porque en sus bolsas de la compra solamente había verduras, y porque estaba suscrita a una revista vegana que a menudo asomaba por encima del buzón. Trabajaba en casa, pero desayunaba fuera, siempre antes de las diez. Era friolera. Nunca la vio más allá de la entrada del bloque de pisos.
Ella era, a sus ojos, un ser casi irreal, una de esas personas que damos por sentadas; uno más de esos "alguien" que rellenan los huecos de nuestra agenda. La publicidad entre dos episodios. Una figura de las que se adhieren a nuestra rutina y se camuflan con sus paredes.
Sin embargo, la recordaba todos los inviernos. "Ponles esparadrapo en la suela, así no resbalan". Cada vez que se calzaba sus botas de invierno, se apresuraba a su mente el día de lluvia en que las baldosas y su vecina presenciaron el patinazo. Por vergüenza y por celeridad (sobre todo por vergüenza) no le dio ni las gracias por una sugerencia que ya no habría de olvidar. El truco del esparadrapo, que ahora tanto le gustaba, provenía de un borroso cualquiera, de un timbre al azar en el piso. No conservaba un recuerdo tan nítido y recurrente de ningún otro consejo que le hubiera dado en su vida su mejor amiga, su madre, su primer amor, o su hermano. No era más que la vecina de enfrente, pero ya siempre la llevaba pegada a sus talones.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Al callar

Hay descansos que agotan. Y pausas que aceleran. Hay silencios que hablan demasiado, cuando eres tú el que calla. Dejas en el aire una frase inacabada que insinúa el fin del primer tiempo, y esperas a que surta efecto, dilatando su intensidad con cada segundo que fluye. Mientras, sólo un tenue gimoteo infecta la mudez de nuestra plática.
Ese intervalo no es más que un nido de mentiras. Me envenena la cabeza con proyectos de finales, me obliga a imaginarme un después de ti. Y lo cierto es que después de ti, solamente nace el vacío.