sábado, 25 de agosto de 2012

25 de marzo

La piel puede enviar un mensaje mucho más sólido que cualquier imagen. Me acerco a ella, la miro y oigo cómo aún respira. Con más dificultad cada vez, con la boca ya seca. Me acerco, le acaricio la frente, y se me anegan los ojos de pronto. Noto que está ahí, puedo palpar su vida y cómo se escapa sin remedio en cada bocanada de aire ya áspero y ronco. La toco y comprendo que aún está luchando, que no ha dejado de hacerlo; que tiene medio, y que se niega a marcharse.  Está sufriendo, tal vez sin dolor, pero su fiereza superviviente le impide irse en paz. Y pienso entonces que cien años fueron tal vez pocos para una mujer tan firmemente aferrada a la vida.

Me he acostumbrado a verla recomponerse y no termino de convencerme de que vaya a marcharse de verdad. Estos últimos días no son sino el colofón más fiel a toda una vida de silenciosa supervivencia. La mujer que más envejeció y que jamás enfermó no podía alejarse de un revés cualquiera como una vulgar pasajera del mundo. Amó la vida y supo vivirla a su medida, le sobraron tal vez los últimos alientos de agonía, pero en su lecho de muerte demostró que no fue nunca su intención dejarnos.

Buen viaje, abuela.

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