martes, 20 de abril de 2010

Pintar y borrar

Era sorprendente lo poco que se acordaba de él.

Incluso resultaba triste, la perspectiva del olvido espontáneo. Involuntario. Qué menos que guardarle una parcela entre sus ideas, ¿no?
Sucedía que al tratar de alimentar las brasas, al evocar melodías, trayectos y tardes soleadas, las manchas de hastío lo cubrían todo con una querencia indeleble y contagiosa. Se había acostumbrado a ignorar lo bueno, para no dejarse convencer, y se le había olvidado su dicha anterior.
Incluso resultaba triste, y no lo sentía por él, que había aprendido a odiar los recuerdos a propósito, por supervivencia. Lo lamentaba por ella misma, quien ya no podría rememorar sus propios tiempos felices. Todo quedaba silenciado tras un telón de orgullo opaco y frío. No había sufrido, es cierto, pero ahora se sentía como si nunca hubiera disfrutado.

Era sorprendentemente triste lo poco que se acordaba de él.

3 comentarios:

  1. Muy bien ilustrado, un sentimiento muy difícil de expresar. El olvido de verdad, dejar que la perspectiva actual borre todo lo anterior o lo empape tanto que quede irreconocible.

    Es duro llegar a la conclusión de que los recuerdos que antes hicimos nuestro hogar ahora nos resultan ajenos, extraños. Es una mierda cuando se nos enciende esa bombilla.

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  2. El dolor de olvidar cuando nos esforzamos por recordar. Buscar el vacío donde estamos llenos a rebosar. Sé lo que es y no me gusta; pero tu descripción, me encanta.

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  3. Qué bonito. Pero vamos, que lo que se olvida, ahí debe quedar.
    Muá

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