Tal vez debería arrepentirme de comportarme, a veces, como el ser humano primitivo del que intentó alejarme mi buena educación. Debería, quizá, pedir perdón por el daño que mis instintos pudieron causar al resto; incluso puede que también fuera necesario enmendar mi error, no lo discuto. Pero el remordimiento, caballeros, también ha de tener un límite y hemos de trazarlo con perspectiva. Lamento el dolor, la rabia y el llanto que vinieron luego, pero lo otro... como animal, como persona, me veo incapaz de tachar lo otro.
El placer no merece rozar el arrepentimiento.
El placer no merece rozar el arrepentimiento.
No merecen la oportunidad: los que se esconden detras del muro de la vergüenza, los que no saben distinguir entre la culpa y el miedo, los que echan sus raíces en el fango de las buenas costumbres... Y sin embargo disfrazarse de normalidad para desechar sentimientos propios y empaparse de emociones ajenas y artificiales es una práctica demasiado usual, tanto que a veces hasta los más valientes no pueden evitar acurrucarse y dejar de pensar por ellos mismos.
ResponderEliminar