viernes, 11 de enero de 2013

Lo que arrastran los minutos

Conforme empezamos a presenciar las bodas de nuestros amigos, llega también el tiempo de asistir a los funerales de sus parientes. Abuelos, tíos, padres. 
Padres.
Tal vez consigamos conocer mejor a nuestros amigos en el dolor. Tal vez, si no es en el dolor, ya no podamos quererlos más. Me ha asaltado de pronto la convicción absoluta de que algunos de ellos pueden no volver a ser los que un día conocí. Les ha pasado la vida; les ha sucedido lo inevitable y se han quedado un poco vacíos. Me pasará también, estoy segura, y tal vez sea entonces cuando empiecen ellos a conocerme bien a mí. En el dolor, en el centro del desconsuelo.
Es también ésta una prueba para mí como punto de apoyo después de la sacudida. Respetar su pena, su apatía, su tragedia. Olvidarme de mí y de mis sentimientos heridos, de sus ofensas conmigo, porque no tienen valor. Una mala palabra es, a veces, lo mejor que sabrán darme en mucho tiempo.

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