viernes, 24 de junio de 2011

No sin tus defectos


Ahora ya no envidio las instantáneas de carcajadas, de disfraces o de complicidad. Las parejas de revista me resultan hoy, más que nunca, aburridas. Me ha costado comprender que la imagen que proyecta un objetivo es maleable y frágil, y que hay muchos que se abrazan por inercia o por costumbre.
A veces escuchamos música en silencio, y no le molesta que yo cante por encima de la cinta. Revuelvo su rutina y sus armarios, pero nunca madrugo con él. A menudo acaparo la conversación, me repito y me mareo en el mismo tema pegajoso y lento. Me quejo más que una niña, me enfado más que una madre. Y, algunas veces, hasta lloro más que un bebé.
Aún así, a mitad de la película, le apetece agarrarme la mano, y no me suele sorprender. Y no es amor su detalle, es amor mi reacción. Que no me extrañe que él, a pesar de todo, tenga ganas de recordarme que le gusta mi compañía ante una pantalla de cine. Que haya conseguido convencerme de que merezco que a alguien le gusten mis desperfectos.
Ya ni me acuerdo de que no le he dado un beso cuando ha llegado, ¡habrá tantos, tantos más! Y no intento que me recite a Neruda cuando me hace el amor. Sé que, cuando me riñe, cuando me ignora, cuando se ríe de mí, cuando me observa, incluso cuando me odia, también me está amando, por encima de la foto.
Él no me lleva en brazos, no tiene un retrato mío en la mesa de su oficina, ni me avisa cuando llega a casa, ni me dedica poemas. Y tal vez por eso precisamente nos atrevemos a estar juntos, imperfectos como el mundo, verdaderos como la gente feliz, o casi.

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