martes, 9 de noviembre de 2010

In her shoes

Apenas se acordaba de su nombre y nunca supo su apellido. Habían sido compañeras de pasillo y ascensor durante años, pero jamás habían intercambiado más de dos frases incompletas. Si hubiera querido elaborar una lista con todos los detalles que conocía acerca de ella, se habría parecido bastante a la descripción de una conocida lejana.
Sabía que le gustaba vestir de marrón, y que tenía un novio inglés que iba a verla todos los martes y que dormía con ella un fin de semana al mes. Él vivía en otra ciudad, porque a menudo le enviaba postales que el cartero apoyaba sobre los buzones del portal, incapaz de descifrar por completo la eléctrica caligrafía del remitente. Sabía, también, que ella fumaba como un carretero, pero que a sus padres no debía de gustarles mucho, dado el intenso olor a ambientador que anegaba el pasillo cuando ellos estaban de visita. Casi nunca volvía tarde, y era vegetariana, porque en sus bolsas de la compra solamente había verduras, y porque estaba suscrita a una revista vegana que a menudo asomaba por encima del buzón. Trabajaba en casa, pero desayunaba fuera, siempre antes de las diez. Era friolera. Nunca la vio más allá de la entrada del bloque de pisos.
Ella era, a sus ojos, un ser casi irreal, una de esas personas que damos por sentadas; uno más de esos "alguien" que rellenan los huecos de nuestra agenda. La publicidad entre dos episodios. Una figura de las que se adhieren a nuestra rutina y se camuflan con sus paredes.
Sin embargo, la recordaba todos los inviernos. "Ponles esparadrapo en la suela, así no resbalan". Cada vez que se calzaba sus botas de invierno, se apresuraba a su mente el día de lluvia en que las baldosas y su vecina presenciaron el patinazo. Por vergüenza y por celeridad (sobre todo por vergüenza) no le dio ni las gracias por una sugerencia que ya no habría de olvidar. El truco del esparadrapo, que ahora tanto le gustaba, provenía de un borroso cualquiera, de un timbre al azar en el piso. No conservaba un recuerdo tan nítido y recurrente de ningún otro consejo que le hubiera dado en su vida su mejor amiga, su madre, su primer amor, o su hermano. No era más que la vecina de enfrente, pero ya siempre la llevaba pegada a sus talones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario