lunes, 4 de enero de 2010

Días felices

Sonaba el despertador, y él lo oía desde su ligero sueño, y abría los ojos de par en par, esperándola a ella y a sus "buenos días". Cualquier caricia le bastaba, cualquier gesto, incluso a veces era suficiente con encender la luz. Él era bien consciente de que el despertar de su compañera era mucho más pesado que el suyo. Pero estaba tan preciosa por las mañanas... dando vueltas al café en la silla de la cocina, dedicando la mirada al infinito, mientras él intentaba retener su aroma a pijama y sábanas de franela.
Y entonces iban a pasear. Mecánicamente, puntualmente, todas las mañanas salían antes incluso de que bostezara el tráfico de lunes. Y él se pegaba a lo pasos de ella, presumiendo de acompañante; o se alejaba corriendo para estirarle la sonrisa mientras suplía con su hiperactividad la falta de energía de ella. Y entonces ella, sin quitarle ojo, se frotaba los párpados y le dedicaba la primera carcajada de la jornada.
Qué bonita estaba cuando se marchaba. Se despedía de él con un beso en la frente, y desde el coche volvía a decirle adiós con la mano. Él se volvía un cobarde, encogía de golpe y contenía desastrosamente sus ganas de perseguirla hasta el trabajo. Y se dedicaba por completo a pensar en ella. Fantaseaba con gastar el día a su lado, observándola de cerca, respirándole en la piel. Era su pasatiempo favorito.
Cuando ella volvía a casa, él la había echado tanto de menos que se lanzaba a sus brazos como si la hubiera esperado durante meses. Ella le mimaba un poco, le preparaba el almuerzo y se dormían en el sofá.
Por la noche, salían a correr juntos. Él siempre le ganaba, pero a veces aminoraba el paso para esperarla y trotar a su lado. Y deleitarse con el movimiento de su pelo, dando golpecitos sobre sus hombros al compás de sus zancadas, y con su frente perlada de sudor.
Antes de dormir, veían un rato la televisión. Él apoyaba la cabeza en su regazo, y ella le acariciaba el pelo, atenta a la pantalla. Pero él nunca fijaba la atención más que en su olor y su tacto, completamente consciente (y orgulloso) de su ciega obsesión.
Y aunque él no podía expresar cuánto la amaba, sabía que no era necesario. Ella le comprendía mejor que nadie, dialogaban sin palabras. Les bastaba para entenderse un movimiento de cabeza, un cosquilleo, un gruñido, una caricia o, simplemente, un ladrido.


2 comentarios:

  1. Muy bonita historia muy bien narrada dedicaba al mas fiel que podemos tener a nuestro lado que son nuestras queridas mascotas que lo unico que a veces le falta es hablar....
    Me hice seguidora ya que es muy acogedor tu blog y sus contenidos.
    Con cariño
    Mari

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