viernes, 27 de noviembre de 2009

De periplos verticales

Descienden ahora a una velocidad lenta pero estable, constante, tras los asfixiantes últimos minutos de prisa que preceden inevitablemente a una despedida.
Apenas han cerrado la puerta y pulsado el botón, pueden respirar sabiendo que sus movimientos no acelerarán la marcha del artefacto, que el tiempo deja de ser relativo en el estrecho cubículo que acerca sus cuerpos, y se vuelve, por contra, constante y regular. La urgencia pasa, pues, a un segundo plano, y ambos dejan de preocuparse por su demora durante los cinco pisos que dura el trayecto.
Será, y los dos lo saben, el último momento de laxitud antes del adiós. Así que fingen que se estrechan las paredes de la urna que los está sumergiendo, y simulan que no tienen más remedio que someterse a ese abrazo contenido por estratos de lana y algodón.

"Qué tarde vamos" piensa, pero no lo dice.
"No tengo ganas de irme" dice, después de pensárselo mucho.

"Me da pereza que te vayas" dice,
"Me castiga que te vayas" piensa,

Sonríe,

Piensa en sonrisas, pero no las dice,

"Voy a llegar tarde" dice, pero ya ni siquiera lo piensa.

"Quédate" piensa, pero no lo va a decir.

Y al abrirse, las puertas suenan como suena una agria inminencia.
"Ojalá viviese en un noveno" dice, y lo piensa de verdad.

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