viernes, 1 de octubre de 2010

La historia de la calabaza


No entiendes por qué zumba en tu oreja que ya no me acuerde de ti. Siempre estuviste segura de que un día termina exactamente a las doce en punto, se transforma en pasado, y ya no puede hacerte daño. Y esa ingenuidad que se disfraza de frío te hace a veces tiritar.
Sabes que no voy a regalarte el consuelo. Tú no me envidias, ni la envidias a ella, así que no te haré nunca ese favor. Pero aprender a olvidarte no fue un trabajo meticuloso, sino un acto reflejo. Pasadas las doce campanadas, ya no quedó cenicienta que perseguir, y yo me negué a ser el príncipe del plantón de cuento. No éramos especiales, ni mágicos, no teníamos banda sonora ni retocábamos las fotos para fingir eternidad. Éramos dos ansiosos intentado abrir una cerradura a oscuras.
Con la llave equivocada.

Así que dile a tu ego que deje de merodear vidas ajenas, ya no pinta nada ahí.


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